A la querencia de la calle van las miradas desde la barandilla encerrada. Quietos y callados dentro de la jaula. Y regresa el médico a deshoras, toda la ciudad para su paso, toda la belleza para sus ojos cansados. Los santos de hoy, en la cuaresma de la cuarentena, en el viernes de dolor que ya es toda la semana, no tienen los estigmas en manos y pies, sino en el rostro.
El rostro donde se clavan las miradas como una corona de espinas, la esperanza que pesa más allá del respirador? y todo tiene la cualidad verdosa del agua silenciosa.
Llega del trabajo que ya no lo es borracho de cansancio, ahíto de vacío, nadador de nocturnas aguas cenagosas. Y más allá de la ventana que comparte con quienes allá se guardan, el árbol de la calle retuerce sus yemas, promesa de primavera. Y llega, la procesión por dentro, por fuera, la calle ensordecedoramente muda y quieta, y se lleva, las manos aún cubiertas, las palmas a la cara. Parezco un Ecce Homo.