Son días raros: aunque pesa más la distancia, también es cierto que eso de que estemos, acá y allá, guardados, une de una manera extraña, curiosa. Por eso, creo que voy a compartir poemas en estos "charros de dos orillas" semanales. Y empiezo por uno
I
Las lágrimas, las risas, los abrazos, los sueños,
los bifes, las gorditas, los whiskys, los cafés,
los chinchones, los cines, los orujos, los besos,
los artículos buenos, las frases lapidarias,
los malos argumentos con los que estoy de acuerdo,
pero mejor los buenos,
que me hacen esforzarme si quiero rebatirlos;
las charlas a deshoras, las caricias,
los trabajos de negro, los éxitos sencillos,
las vidas desde lejos, las muertes desde cerca,
los instintos, los bajos y el de superviviencia,
los deseos y el deseo, las ansias, la soberbia,
la humildad, estar solo,
mas nunca por inercia.
Los reencuentros futuros, los amores pasados,
los amigos de siempre, las botellas de vino
que obligan a dos vasos por lo menos;
las chimeneas, las playas, las tardes soleadas,
las fugas de una clase, del trabajo, de uno;
ese café con hielo, el primero, en febrero, en la Plaza Mayor,
y las plazas mayores que me he ido construyendo,
esos rincones míos, ese vivir del cuento
que una vez me conté,
que me sigo contando;
mi Julio en mi nostalgia, como Perú en la suya,
las piedras blancas negras de Vallejo y de Ylia,
mis amigos con hijos, mis hijos con amigos;
el seguir empezando, pero también el ser
parte de esas historias que ya a veces terminan.
II
Vivir para contar,
para escribir,
que solo así yo cuento.
Vivirme para sér,
que ya lo he escrito yo,
mas, sobre todo,
lo había dicho Vallejo.
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