He leído estos días en WhatsApp argumentos a cuál más peregrino tratando de justificar la estampida semanal de algunos barceloneses, bilbaínos, madrileños o valencianos hacia sus segundas residencias, en plena cuarentena del coronavirus.
Se argumenta que cada familia iba de un confinamiento a otro y que mantenían el tal confinamiento, aunque fuera masificado en algunos vehículos. Se llega a decir, incluso, que no son tales las caravanas automovilísticas de estos dos fines de mañana y el puente de San José y que se trataba tan sólo de trabajadores que iban o salían de los polígonos industriales y que los colapsos los provocaron los propios controles policiales. Como si las fuerzas de seguridad hubiesen debido dejarlos pasar tan ricamente?
Me remito, para rebatir esa justificación, a las decenas de miles de multas de tráfico impuestas y, sobre todo, al hondo malestar de los vecinos de la Cerdaña, Castro y Laredo, Murcia y Mazarrón y las playas levantinas por la invasión de bulliciosos urbanitas que se ponían ellos mismos en peligro a la par que violentaban con gran riesgo la seguridad de las zonas a las que se desplazaban.
Esa inseguridad sobrevenida es fruto de la inconsciencia a la vez que de la cobardía, ya que son los desplazados los primeros en disputar a los nativos una plaza en la asistencia sanitaria caso de resultar ellos los infectados, Por eso, no entiendo la lenidad de las sanciones, que deberían llevar a una inmovilidad del vehículo y hasta una retirada del carnet, medidas más disuasorias éstas en la mayoría de los casos que una simple multa, por costosa que ésta sea.
La actitud de cobardía retrospectiva de los incívicos infectados a posteriori, me remite la alcaldesa Ada Colau, que en tiempos de bonanza impide que el Ejército pueda mostrar sus saberes en el stand educativo de Barcelona y ahora, en cambio, asustada, acude a los militares para que le saquen las castañas del fuego en el caso del coronavirus.
Está visto, pues, que hay gente que no aprenderá nunca.
Enrique Arias Vega