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He chateado un rato con Emilio, el camarero. Se me ha hecho muy extraño, porque no eran chatos de vino, sinos chats de teléfono móvil y pulgares aporreando la pantalla. Me ha repetido, una vez más, que la culpa de todo la tiene Sánchez por permitir la manifestación del 8-M.
Me da rabia que busquemos culpables donde no se pueden encontrar, porque no se agazapan ahí. En Italia no hubo manifestación del 8-M. Ni en China, antes. En España hubo mucho más que el 8-M y nadie culpa de ello. Yo mismo estaba contando historias en un colegio gallego el miércoles, días después de las concentraciones igualitarias.
En España somos así, buscadores de culpabilidades, sin mirarnos el ombligo. Emilio, el camarero, mantuvo el bar abierto hasta el último instante. Y ya sabíamos lo que había. Ya sabía lo que había.
No, Emilio, no. Puede que te quedes más tranquilo encontrando un culpable, pero, como siempre que piensas con el hígado en lugar de hacerlo con la cabeza, te equivocas. Y tu error es muy dañino.