El silencio y la quietud de los barrios se hace cada día de confinamiento más profundo.
Como un niño que grita "Calle, calle?" así contemplamos por la ventana el espacio vacío de nuestros anhelos y nuestras obligaciones. Y nieva sobre los coches aparcados, luego llueve, el sol acaricia el metal y nosotros, en el duro banco de la paciencia desde la ventana por la que vemos pasar la vida. La vida que prescinde de nuestro paso.
La clausura para nosotros es calentita, suavidad de sofá, de pantallas que nos acercan y nos estrechan, redes que atrapan el beso virtual del confinamiento. Aquellos que, como mi amigo de navidad, llevan su mochila consigo, no reciben hoy ni el alivio de una mirada. Pasan los coches en sordina camino del polígono de los Villares, nos cruzamos los que arrastran el consuelo del perro ajeno a las inclemencias del encierro, los que vamos a trabajar secretamente aliviados, los que sentimos la obligación de aquellos que dependen de nosotros y a los que quizás, estamos dañando a pesar de todas las precauciones.
La sonrisa no se ve tras una mascarilla, pero se intuye. Y no es un policía, ni un médico, ni un político, es la persona heroica que me vende una revista y una barra de pan mientras yo le doy las gracias. Las gracias por estar ahí, por darnos esa bendita sensación de normalidad mientras en la rotonda del Rollo caen las flores blancas que salen antes de las hojas verdes? y es una nieve blanca sobre las bicicletas que mi prima no coge para ir a buscar a su hija al colegio, sobre los bancos donde se sientan los contadores de coches de esta rotonda donde la Náyade de mi querido Agustín Casillas convive con el busto improbable del comunero y con el Rollo que da nombre a mi barrio.
Barrio que es geografía y geometría del vacío, mudo de niños, de terrazas, de gente que sale a trabajar con el autobús número cuatro, el diez, paso improbable de las horas. Barrio que en mi infancia era puro barro y casas bajas donde ahora vivimos los que salimos a las ocho de la noche a balcones y ventanas a aplaudir, a mirarnos? y pasa otra vez el mismo vecino con su perrito diminuto que ya debe estar hasta las orejitas de tanto paseo? paseo que nunca vio a mi padre tan generosamente dispuesto ¿Te subo el pan? Y a través del móvil con el que nos queremos, todos sonreímos mientras los gorriones del patio se acercan, confiados, para que les de las migas de la espera, el delicioso crujir del día a día.
Charo Alonso.