Plaza Mayor de Salamanca con terrazas (foto de archivo. José Amador Martín)
Desde hace unos días, nada más levantarnos, lo primero que apreciamos y oímos, cuando encendemos el televisor o leemos el periódico, es la crisis del Covid-19. Habrá gente que haya sido previsora y otros que habrán considerado nimia la amenaza, hasta ahora. Lo que está claro es que hoy entra en vigor el Estado de alarma, recogido en el artículo 116 de nuestra Constitución y, además, el Gobierno ha declarado la cuarentena en toda España.
No me refiero aquí a la alarma social que desde el martes comenzó a desatarse in crescendo, pero sí a todas las señales que a nivel local o nacional estaban teniendo lugar, bien la suspensión de clases en la Universidad de Salamanca, o bien la compleja situación que se estaba gestando en Madrid, Vitoria o Barcelona. Con respecto al ámbito mundial, basta con decir que el pasado miércoles la OMS calificó el coronavirus como pandemia. Por si no fuera suficiente, se avecinaba la ineludible llegada de la medida extraordinaria antes citada, escaso aliciente para algunos españoles.
Ya no se trata de una diferencia de mentalidades -China está mitigando su epidemia-, sino que aquí encontramos un problema de trasfondo. Que nuestra ciudad sea foco de algo tan lamentable como es el acto de saltarse "a la torera" unas pautas imperantes, nos hace dar una imagen deplorable ante el panorama ya no solo europeo, también a nivel global. Ni siquiera las cifras de la inmisión de esta pandemia en nuestro país, 6.400 contagiados y 192 muertos, constituyeron suficiente freno para un sector de la población salmantina. Pues anoche tuve la oportunidad de leer un artículo en un periódico local: "Las terrazas de Salamanca llenas, a pesar de las recomendaciones".
Pero, ¿de quién es la culpa? Se trata de una cadena de responsabilidades, pues los consumidores de la noche no son los únicos transgresores. Detrás de ello, y con mayor grado de reproche, están los empresarios que abrieron sus bares; sobran los motivos que pudieran argumentar, pues estoy seguro de que el bien jurídico de la integridad física, prima y socava cualquiera de los mismos. Los cuerpos de seguridad del Estado, a quienes se le concedió la potestad de frenar los movimientos masivos, con su pasividad ante este hecho también son cómplices. Pocos o ninguno, compartirán en el día de hoy a través las redes sociales su presencia en el incumplimiento, lo que respalda su consciencia con la situación y posterior quebrantamiento.
En definitiva, se trata de una falta de empatía y de respeto con las personas que permanecemos en nuestras casas, para así tratar de establecer un muro de contención contra esta pandemia.