OPINIóN
Actualizado 08/03/2020
Asunción Escribano

El poema es la manifestación más clara de la intemperie en la que habita el poeta.

Se podría decir que también en ella ha hecho su casa el hombre, pero el hombre sólo la tantea en su sospecha, y cuando se la encuentra de frente, le vuelve el rostro, mientras que el poeta le da forma de herida a su ceniza.

"A esta hora en que la vida ya nunca será nuestra/ con la misma sed que un día la habitamos,/ ¿será que nunca merecimos su belleza?"[i]

La intemperie se muestra al ritmo de las agujas del reloj y, cuando ya es nuestra, entonces dudamos de si hubo un tiempo en que existió lo bello, o sólo fue resultado de la belleza de nuestros ojos, como si un viento hubiera arrasado la memoria y dejara la profundidad de la mirada cansada, igual que un bosque tras el huracán.

"Después del viento el bosque está siempre cansado".[ii]

La intemperie es el estado natural del poeta.

Hambriento de todos los frutos que contiene en sí la carcasa del mundo y la del cielo, ante ellos adopta la postura de la página en blanco, siempre en apertura a la eterna posibilidad de ser escrita, como un mendigo, sediento de luz y de palabras.

"Yo mendigo la luz./ Yo soy el que ha escarbado en la tierra de los dones/ y ha extraído raíces,/ la madera quemada de un incendio"[iii].

La intemperie le corre por las venas a la escritura verdadera.

"No se puede atravesar esta vida sin rasguños.""[iv]

[i] Lucas, Antonio, "Intemperie", en Los desengaños, Madrid, Visor, 2014, p.21.

[ii] Valero, Vicente y Del Río Mons, José, Cierto ciervo que vi, Sevilla, La isla de Siltolá, p. 48.

[iii] Sánchez, Basilio, He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes, Madrid, Visor, 2019, p. 81.

[iv] Montiel, Jesús, Sucederá la flor, Valencia, Pre-Textos, 2018, p. 22.

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