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Como un mantra repite Emilio, el camarero, que existe igualdad entre hombres y mujeres. Que eso de la brecha salarial no es cierto y que en ninguna empresa se paga menos a una mujer por el hecho de serlo. Argumenta que el empresario sería multado, porque así lo recogen las leyes.
Afirma, que las mujeres deben protegerse y que no hay discriminación, sino prudencia, en el consejo de que no beban mucho o no vistan de tal o cual manera, y que el hecho de que haya algún desaprensivo no indica que nuestra sociedad sea machista. "La mayoría -enfatiza- protegemos y defendemos a las mujeres como se merecen".
No sólo ignora Emilio la realidad, sino que con ese pensamiento perpetúa el problema. Sigue cargando culpas sobre quien decide vestir así o asá. Sigue sin ver que las mujeres no quieren ser defendidas, sino que deben no tener que serlo porque ningún energúmeno se crea más que ellas. Sigue sin asumir que eso de la brecha salarial es otra cosa, más relacionada con la ocupación de cargos directivos (por ejemplo), que por la nómina a fin de mes.
Emilio, como tantos otros, no deja de ser una razón más para volver a gritar esta mañana, para volver a salir a las calles, para volver a sentir la urgencia de un 8M igual de necesario que ayer y, esperemos, un poco menos que el próximo año.