De las suertes del toreo, por la que siento más devoción y sensibilidad, en la que pongo una atención especial es, en la ejecución de la estocada. La espada (femenino) o estoque (masculino) siempre fue de gran admiración, sobre todo si la mano que la maneja y el corazón que la rige, cumple debidamente su cometido y, esta se hunde hasta el puño en la cruz del morrillo, para que el toro sin puntilla ruede.
¡"Cuando de zagal veía a, aquellos Maestros tomar muleta y espada en las tablas y, cuando el mismo la desenfundaba de su vaina de cuero, el acero brillaba y fulgía"!...
Durante unos instantes era apoyada sobre la madera pintada de la barrera, y en el borde de la valla la flexionaban un par de veces, hasta formar el arqueamiento necesario que facilitara su entrada y la hiciera más mortífera. ¡Aquella breve liturgia, me producía una emocionante fascinación!... Pero la espada que no es venerada, bien usada y no se la respeta, no dará nombre al matador, sé encorajina y no entra, sacudirá con fuerza la mano, rebotara sintiendo su brazo la bala de su propio cañón con dolor y calambre, o puede asomar delatora produciendo un grifo de sangre, que publicara en el suelo la denuncia del fallo. El diestro matador, dirá que, perdió los trofeos por culpa de la espada, (mentira) el bruñido acero no tiene culpa de que su brazo, valor y técnica no se pongan de acuerdo en el momento crucial. Y, se debe tener en cuenta que, desde la ceremonia de alternativa, al armarse matador, debe tener en el corazón la espada o estoque "tanto mata, mata tanto".
Se conceden orejas con infames bajonazos. Se premian faenas preciosistas, pero que se rematan con deleznables espadazos, acompañados de feísimos estilos a la hora de acometer y ejecutar la suerte final, donde el repugnante vomito de sangre del animal, demuestra en no pocas ocasiones, cual fue la colocación de la espada. Ocurre esto, porque los públicos han abierto la mano juzgando la mera eficacia de la estocada, olvidándose del criterio, valor y grandeza, evaluándolo como si fuera un suceso cualquiera, una especie de ajuste de cuentas. ("Vamos a reventarlo") se dice ahora desde las barreras, (y no solo desde dentro de la plaza, también, lamentablemente, hemos oído esta expresión salir de la pantalla televisiva) tal y como si fuese una revancha, una venganza vulgar y "barriobajera". A la comprometida suerte, se la esta quitando lo que fue siempre la suprema verdad. Toda vez que muchos matadores, para acabar con el toro, se rodean de precauciones, no marcan los tiempos, ciegan al animal con su muleta, describen un cuarto de circulo, escapando de la suerte, alargan el brazo oblicuamente y hieren donde pueden; el recurso no es legitimo, al menos si el adversario no lo justifica, pues, despoja a la estocada de su técnica, de su rigor, y, de su verdadera belleza. Esto se repite de manera continua. Por desgracia es la tentación de la facilidad en la que caen sin motivo plausible muchos matadores, pues, llegados al final de su faena, su valor flaquea, y convierten el acto en una tarea desprovista de interés. No se olviden, que el nombre lo da el ejercicio de saber dar muerte a los toros. Por ello los trofeos no deberían concederse más que, en el caso de un acierto indiscutible en la suerte final, y no con la ligereza y exageración con que hoy se otorgan. De esta forma, el público iría acostumbrándose a solicitar los trofeos, con la buena ejecución de la estocada colocada en lo alto. Y no con los infames bajonazos que hoy se les receta a los toros,-¡vamos digo yo!.-
Fermín González salamancartvaldia.es blog taurinerías