Cuatro hombres y una niña. Uno de ellos es testigo, parece que no es el hombre que mira de Alberto Moravia, pero es seguro que oye. Los otros tres tienen sexo con la niña. No uno, que ya sería repugnante el júbilo macho, sino los tres.
No estamos hablando de Vanessa Springora que a los 47 años ha denunciado en su libro 'El Consentimiento" cómo fue seducida cuando tenía 14 años por el escritor Gabriel Matzneff, de 50, que nunca ha ocultado su predilección por las adolescentes, y que describe muy bien en sus libros las relaciones sexuales entre un hombre maduro y una niña. Ahora, después de la denuncia de Springora y otras que la han seguido, sabemos que lo de Matneff es absolutamente autobiográfico. El fiscal de París ha actuado de oficio y ha ordenado una investigación.
Tampoco hablamos de literatura, donde Sue Lyon -que acaba de morir- ronronea sexualmente con su profesor James Mason siguiendo el guión de la niña con el hombre maduro que escribió Nabokov en Lolita.
Estamos hablando de una niña cercana y conocida que en un pueblo castellano probablemente sufrió la fascinación de relacionarse con futbolistas mayores que ella. Hasta ahí todo es reconocible. Posiblemente vivamos un tiempo en que la atracción de los futbolistas sobre la vulnerabilidad adolescente, o incluso sobre la libertad de la mujer madura, sustituye a las leyendas de los toreros.
Estamos hablando de una niña, tres hombres y sexo. La denuncia de la niña sobre la agresión sexual ha llevado a la justicia a condenar a los tres hombres. Al otro, al que oyó lo que pasaba al lado y no hizo nada, la justicia de este país no ha considerado que debería haber sido Robin Hood.
La sentencia no le ha parecido bien medida y pesada a algunos de allí y otros de aquí. Y ya tenemos a una sociedad de un pueblo tranquilo partido en dos mitades de agresividad. Nos vamos a tener que acostumbrar a las tribus bélicas, si es que no lo estábamos ya.
Y bueno, para qué queremos más. Ya se ha puesto altavoces en los púlpitos lejanos desde donde los arcángeles de soles y vientos antiguos han vuelto donde solían. Acostumbrados a la venganza después de la victoria, han aprovechado para seguir explicitando su superioridad moral.
Examinan la cuantía de la sentencia, pasan de largo sobre los 175 niños violados por los sacerdotes Legionarios de Cristo a quienes el Papa de Roma acariciaba tanto la cabeza en vez de denunciarlos a la justicia. Y hacen de la niña un motivo para el ataque político a quienes no les siguen en su melancolía deslumbrante.
Que sí, que ya sabemos que el Pisuerga pasa por Valladolid. Y por más sitios. Y que cualquier excusa es buena para repicar que la izquierda es mala.
Pero no es un bueno para la salud alimentar distancias en la sociedad porque ello significa más división, por si no teníamos bastante ya con las dos Españas de Machado.
Pero lo desalentador es el olvido de la niña, su infancia vulnerada, su indefensión, la iniquidad de quien se aprovecha de ella como a los pobres de antes y de ahora les venía bien hasta la ropa vieja de tantos jarrapellejos acostumbrados a que les bailen el agua.
Hay tres hombres y una niña, repito. Tres hombres que tienen sexo con la niña y son condenados por ese delito. Medir la temperatura de la sentencia de los condenados y aprovechar la ocasión para un nuevo zarandeo político al adversario es olvidar a la niña.
La niña vulnerada es un poema herido, una noche temprana, el sabor a ceniza, la inocencia de arena donde mece la brisa la muerte de su sueño y atardece la furia.
¿Les importa a ustedes la niña?
Les importan las niñas para llevarlas como ariete político contra el gobierno en el Congreso de Diputados. Nunca la derecha de este país llegó a tanta obscenidad. Y llegó muchas veces.
El asco de ahora es un asco colectivo donde un hijo del aznarismo se deja comer -barbilampiño o no- por el fascismo que le compadrea. Cuidado, muchacho, que de tanto arrimarse a un partido acabas pareciéndote a él primero, y luego a ser el mismo partido. O es que en realidad estás volviendo a tus orígenes. Y si en abril eras un cadáver político, hoy ya eres casi nada.
Estamos acostumbrados al asco. Y cuando hay por medio una niña usada, o cinco niñas muertas, ya no hay antídoto. No olvidamos aquellos cinco cadáveres de 15 años, aún caliente la muerte tan niña, y la alcaldesa de Madrid (no la había votado ni un solo madrileño) volando de vacaciones a Lisboa. Dos días estuvo relajándose en un spa. Y a la vuelta, rueda de prensa. ¿Para dar explicaciones? No. Para decir que no dimitía.
Pero el asco llegó al límite cuando proclamaba su futuro sonriendo de oreja a oreja. Desde muy cerca, cinco niñas muertas la miraban con el estupor del espanto.