OPINIóN
Actualizado 02/03/2020
Antonio Matilla

El lunes pasado, Lunes de Carnaval, siguiendo una sana costumbre, los curas de Salamanca tuvimos una jornada de formación. Hubo temas divertidos, otros profundos, pero todos interesantes, especialmente la charla sobre las implicaciones pastorales de la ley de Protección de Datos. Todas las leyes tienen su fundamento y los curas, como los demás ciudadanos, tenemos que cumplirlas?o hacer objeción de conciencia con todas las consecuencias. No es cosa de hacer objeción de conciencia con los Datos, pues detrás de los datos está siempre una persona con cara y ojos, con una historia vital y una dignidad intrínseca que hay que defender contra viento y marea en todos los casos, pero mucho más, si cabe, pensando en los menores de edad o en los pobres.

La Ley de Protección de Datos tiene sus inconvenientes y sus molestias, como cuando vas al hospital y ya no puedes preguntar en qué habitación está tu primo Luis, que por más primo que seas no te lo van a decir. Pero casi nada hay que no pueda solventarse con un poco de organización. Y así, millones de datos míos íntimos, personales, están en poder de las multinacionales farmacéuticas que financian el Ensayo Clínico del que formo parte; pero los directores del Ensayo no saben ni cómo me llamo, ni dónde vivo, solo saben mi número.

La médico que me lleva sí que sabe cómo me llamo y dónde vivo, pero no tiene acceso a muchos de mis datos; sin embargo, si de repente apareciera una información peligrosa en mis análisis, el sistema se pondría en contacto inmediato con mi médico y ella conmigo para poner remedio. Por mi parte, sé que soy uno de los 532 pacientes que participamos a lo largo y ancho del mundo en el Ensayo, pero no conozco personalmente a ninguno de ellos (hay más probabilidades de que sean ellos y no ellas, pero el hecho es que no conozco a nadie).

Otra cosa es lo que ocurre con mi móvil. Yo no puedo saber en qué habitación del hospital está mi primo, pero mi compañía telefónica puede rastrear fácilmente cual es mi ideología, mis gustos musicales, en qué tiendas compro y si el mes pasado me he gastado más dinero del que gano o menos, quienes son mis contactos de Facebook o de otras redes sociales. Incluso, si mi ideología fuera extremista, terrorista, peligrosa para la sociedad, imagino que tendría en la Policía o en el CNI un archivo de varios gigas con mis datos personales, íntimos e ¿intransferibles?

En la catequesis, en los scouts y en el Seminario, también en la Facultad de Filosofía intentaron enseñarme a tener un pensamiento crítico, una opinión personal y una conciencia moral y política que yo creí, creído de mí, que era personal e intransferible. También me hice la ilusión, durante los últimos años del franquismo y todos los de la Transición, que mi voto era importante, junto con otros cuantos millones, para decidir muchas cosas, pero estoy empezando a dudar si somos los ciudadanos los que decidimos o son los participantes en el Foro de Davos; si son los diputados elegidos por mi voto, o el consejero delegado de alguna super empresa de Comunicación. Supongo que su capacidad de influencia es muy grande porque tienen mis datos. ¿Quién se los ha dado?

Difíciles tiempos para la libertad, cuando somos conscientes de que unas pocas personas, poderosas por supuesto, saben casi todo de cada uno de nosotros y, por tanto, su capacidad de manipulación de nuestra mente e, incluso, de chantajearnos, es enorme.

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