Ya nada es igual a hace unas décadas. Ni en política. Por eso, no sirven las pegadas de carteles y en cambio se amplifica el uso de fake news en las redes sociales. Lo único cierto es la disminución de la clase media en las sociedades desarrolladas y que, para dirigirla, basta muchas veces el recurso a decretos del poder Ejecutivo, práctica en la que coinciden personajes tan dispares como Trump, Putin, Macron o Sánchez.
En un reciente trabajo, el geógrafo francés Christophe Guilluy explica que "el modelo económico mundializado tiende a polarizar los empleos, hay unos muy cualificados y otros precarios", creciendo mucho más los segundos, y produciéndose hasta en muy distintos espacios geográficos unos y otros, con lo que el malestar de estos últimos no se debe a un desaparecido "concepto de clase", sino a su situación periférica en el sistema, tanto ideológica como territorial.
Esto es válido tanto para los votantes del "brexit" británico, como para los "chalecos amarillos" en Francia, los manifestantes agrarios de la "España vaciada" y hasta los jubilados vascos o los independentistas catalanes. De ahí también el interclasismo?transversalidad, se dice ahora? de todos ellos, que se podría aplicar también en España a los votantes de Podemos o de Vox.
Por ello, dice Guilluy, "hay una recomposición social unida a la recomposición económica; entraña una gran recomposición política" que no recogen los grandes partidos tradicionales, que "se concibieron para representar una clase media integrada y ahora deben reescribir sus programas para representar a una inmensa clase popular no integrada".
En el cruce de ese desencuentro se hallan "los medios de comunicación y el mundo académico", pertenecientes a las élites tradicionales, y que por ello "han perdido hoy su hegemonía cultural" y, añado yo, les cuesta entender lo que está pasando y lo describen tan sólo a base de epítetos simplones, en vez de análisis más profundos.
Así les va.
A ellos y a nosotros también.