Caen... siguen cayendo... espeluznante lista de números, apenas nombres apenas rostros... suceden, siguen sucediendo en la muerte una tras otra, concitan el grito y siembran el estupor... pasan... se olvidan...
son las mujeres asesinadas... hay ojos de cuando estaban vivas intuyendo el horror, y manos que se aferraban a la huida... y no vimos los ojos ni sentimos las manos... hay silencio alrededor, sigue habiéndolo, párpados cerrados, sueño, fermento y sueño, abrazos que nunca se darán... y hay, otra vez, siempre ahí, como luz mortecina, el pábilo de la conciencia, que solo alumbra el rincón de lo innoble, hay la muerte, la muerte de la mujer, de las mujeres asesinadas, la vergüenza del mundo y de nosotros, lo oscuro de la mirada... la ira domesticada, el redoble del miedo... y hay temor... temblor... terror...
maldición indefendible, cual eterno conjuro contra la alegría, ventarrón imposible de ocultar ni vencer, el número de mujeres asesinadas crece imparable y asfixiante, reflejándonos en un espejo de incapacidad y de incrédula inmovilidad que tal vez haya dejado de avergonzarnos para hacernos cómplices, mirones, escapistas... contables: vidas ahora números... vidas sin vida se multiplican porque acaban, existencia dividida por guarismos vacíos... se acaban, se disuelven y suman... suman...: la muerte toda muerte con fecha y muesca y aguacero, sin lección ni horizonte...: solo lamento largo y tristeza espesa y resignación cuando una
otra otra otra otra mujer asesinada...
angustia en cada nombre de muerta que debiera guerrearnos para que estuviese viva, aún no, todavía no, apenas, no, siempre viva...; armarnos para que su valor sea nuestro, arengarnos en batalla interminable contra asesinos conocidos, hoguera donde debiera arder todo silencio...
cada nombre es un arma, con cada muerta debería estallar la guerra... ; una tras otra, más banderas que nombres propios en el mapa de los lugares en que son muertas, más sitios que su ausencia en la geografía, ni siquiera señal en el sendero de sus lágrimas, ni brizna de piedad en la pulsión de su dolor, las mujeres asesinadas cada día
una... dos... cien mil
van justificando listas y garabateando la crónica de minutos de silencio, pancartas al sol, gritos mudos, poemas de quemada belleza que se extinguen al decir, discursos repetidos, lamentos que se aplauden...: a cual más sincero, a cual más inútil
como en la batalla, preciso es no esconder la cabeza en la trinchera sino encarar al enemigo, ir a por él, derrotarlo...; mirar enfrente, y de frente, al criminal y su crimen, tomarlo como el centro del problema en lugar de a su víctima, contarlo, contabilizarlo, nombrarlo también, en vez de solo sentarse en esta noria plañidera de lamentos y muros y cuidados y vigilancias...: y secar la saliva del monstruo: vencerlo, inmovilizarlo: a él: hacer listas con sus nombres... el de ellos: que no respiren.