OPINIóN
Actualizado 24/02/2020
Francisco López Celador

Esta sociedad en la que nos ha tocado vivir ha reservado para todos una existencia, más o menos grata, regida por unos condicionantes que ni son comunes ni son inmutables. Dependiendo del enclave geográfico, del nivel económico o del régimen político de cada país, sus habitantes estaremos predestinados a una clase de vida que puede variar en una banda que, por desgracia, resulta demasiado ancha.

Por haber nacido en España, esos factores que deben influir en nuestra forma de vivir corresponden a una nación bien desarrollada, enclavada dentro de la parte del mundo que consideramos más civilizado, y con todo lo necesario para poder subsistir en condiciones muy dignas. Nunca se puede generalizar, pero, con las excepciones que a todos nos duelen, pertenecemos a ese grupo de naciones que respetan los derechos humanos, que conocen hasta dónde llega la libertad de las personas, que han apostado por la democracia como forma de organización social y que aspiran a integrarse en un mundo en el que prevalezca la paz, la cohesión y el bienestar social. Mirando el mapamundi, vemos que hay grandes extensiones en las que no se cumplen todos esos requisitos. Así pues, doy gracias a Dios por haberme permitido nacer aquí y, de paso, le pido que nos ayude a equilibrar las oportunidades de todos los habitantes de ese globo, iluminando a los políticos que olvidan que todos los seres humanos aspiramos a mejorar.

La única forma de arreglar este desequilibrado mundo comienza en la propia casa. Cada nación debe dar los primeros pasos perfeccionando los defectos internos para luego abrirse al resto. Hasta aquí, los españoles hemos tenido de todo. Con la lógica evolución que ha sufrido la sociedad, fruto del avance de la ciencia, nuestros abuelos estarían maravillados si pudieran conocer esos avances. Lo que tampoco se puede olvidar es que lo conseguido hasta hoy ha sido, con demasiada frecuencia, a pesar de la nefasta labor de algunos gobernantes. Y en ese saco hay que meter a tirios y troyanos, monarcas y validos, azules y rojos, derechas e izquierdas. Cuando el absolutismo, el nepotismo, la corrupción o la egolatría han campado a sus anchas, el avance se ha frenado y en no pocas ocasiones se ha convertido en retroceso.

A día de hoy -perdón por el argot tertulianés-, mentira es la palabra que más se emplea en los medios de comunicación. Son muy pocos los políticos a los que no se pilla en algún renuncio. Nuestra sociedad está cayendo en la paradoja de que, a mayor avance de los conocimientos, menor cultivo de la ética. Es cierto que todavía quedan políticos comprometidos con el valor de la palabra dada; que son consecuentes con sus principios y conjugan el verbo dimitir cuando son sorprendidos mintiendo. Por desgracia, a los españoles nos cabe el deshonor de contar con uno de los campeones de la mentira. En este torneo sí que figuramos en la Champions. Pedro Sánchez no miente. Sencillamente, no conoce la verdad. Su estado natural es la mentira, y se enfada cuando no se le comprende. Si no tuviera tanta ambición, podríamos decirle: ¡Pobre hombre, está enfermo y lo hace sin darse cuenta! ¡Ya, ya! Menudo pájaro de cuentas.

Si los demás obráramos como él, esto sería un chollo. ¡Lástima de estar jubilado! Con otra edad, y con la mentalidad de nuestro M.V.L. (Most Valuable Lear), capaz de falsear escritos y mentir con desparpajo -lo mismo que alguno de sus secuaces-, podía haberme confeccionado un C.V. a la medida. Es más, ahora podría disputar a Dolores Delgado la Fiscalía General del Estado. Sí, sí.Tengo estudios de Derecho, porque no en vano forré todos los libros de una de mis hijas, que terminó esa carrera, y yo, de paso, los iba hojeando. Es más, también tengo un máster en la materia. Ya lo creo. Por mi profesión, hube de aprender a confeccionar diligencias o causas contra autores de faltas o delitos comprendidos en el Código de Justicia Militar. Si estuviera hecho de la misma pasta que mi Presidente, ahora estaría exclamando: ¡Lo que me he perdido!

Pero, no. Tuve también la suerte de nacer en una modesta familia de pueblo, en la que me enseñaron a ser honrado, a no mentir, a obedecer, a trabajar desde bien joven para sacar adelante la casa. Y, sobre todo, a no conformarme con hacer solamente lo preciso de mi deber, a superarme a base de sacrificios y esfuerzo. Como ese ha sido mi mejor patrimonio, es lo que he trasladado también a mis hijos. El patrimonio que Pedro Sánchez va a dejar a varias generaciones de españoles será tan desgraciado que no podrá ser olvidado en muchos años.

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