OPINIóN
Actualizado 23/02/2020
José Luis Puerto

Pese a que ya lo sepa y conozca, busco en el diccionario el significado que el diccionario de la Real Academia Española da de esa palabra que me subyuga: 'dádiva'. Y se me indica: "cosa que se da graciosamente".

Porque vivimos en un mundo en el que muchos están a recoger, a aprovecharse (de los demás, de las situaciones favorables, buscando las ventajas como sean), mientras que muy pocos existen para dar, en esa actitud generosa y humanizada, de la que estamos tan necesitados hoy.

Y realizo mi búsqueda en el diccionario, debido a una observación realizada en mi reciente y último viaje a Madrid. Era una escena en el metro. Iba más bien saturado de viajeros. Los vagones, sin división entre ellos, trazaban una línea dilatada, formando un pasillo marcado por las reiteraciones.

Un hombre, más bien joven y menudo, pedía limosna, sirviéndose de un pequeño vaso de plástico, reciclado de algún café que alguien se hubiera tomado en algún momento. Apenas levantaba la voz, más era bien visible a todos, pese a que no pocos usuarios fueran ensimismados ante sus móviles (una manera, pese a lo aparente, de desentenderse del mundo en torno).

Nadie le hacía caso. Nadie atendía su petición. Dos jóvenes negros charlaban animadamente, con semblante jovial, reafirmando con su actitud la dicha de existir. Cuando el hombrecillo del vaso petitorio se les acercó, uno de ellos le echó alguna moneda. El único, de toda la sucesión interminable de vagones.

Pensé para mí: estoy viendo a uno de esa pequeña minoría de justos que ?según la leyenda judía?, en cada generación, da sentido al mundo, a un mundo que se nos pierde ante tantos sinsentidos.

Y acudió a mí, enseguida, al comprobar el gesto del joven negro, la luz que contiene la palabra dádiva. Lo que se da graciosamente. Y es que quien da, quien se da, está imantado por la gracia, por esa luz que da sentido al mundo.

Y sentí en aquel momento que tenía una gran fortuna al haber contemplado aquella dádiva. La pequeña moneda, depositada en el vaso humildísimo y desechado, era algo más que óbolo graciosamente otorgado.

Era, sobre todo, un símbolo, que nos hablaba de esa actitud humana de quien no se lo queda todo para sí, de quien comparte, de quien está atento a la fragilidad de los otros, a su precariedad.

Y en el gesto del joven negro, jovial, sonriente, que celebraba la vida, percibí que todos nos salvábamos.

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