OPINIóN
Actualizado 20/02/2020
Valentín Martín

Tiene el oído curvo, la serpiente en la sangre, un carrasco en el pecho imposible para la vida, y una tabla en los sesos. Carraca de feria podría venderte una bomba como azúcar de algodón. Milana hembra, nadie está libre mientras ella ataca con clavelitos de cicuta. Le da asco la gente, la honestidad sin dinero, los refugiados que vienen a quitarle mentiras con su voracidad de boa. No entiende un amor que no sea a sí misma. Y mientras anda convencida de que Maquiavelo manda en sus tirabuzones de hembra, ripia ojillos de raposa por si acaso un sindicato, un aire que le da, un día despavorido, algo muy importante -importante para ella, para su cerebro diminuto como el mosquito dengue- se le cruza en el camino y se queda sin algo. Y no se da cuenta de que no tiene nada si un niño crece de noche con el temblor en los labios, tirita su columna al ir a casa donde ella mana, donde ella le espera con el puñal orgánico de un fiscal sin fondo entre sus dientes de viejuna corsaria.

Maldita sea ella como maldito el pánico de un párvulo arcángel, niño de agua dulce que ante su sarcasmo tiembla.

(Hay una muerte chiquita multiplicando mil noches en el pecho encorvado de dos ancianos o en la frente decidida de los jóvenes que día a día sienten el puñal en el corazón sin bruma de tantos que al niño aman).

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