Se fue, con casi 90 años, un taurino muy peculiar, un guerrero del toro que no paraba quieto, que no paró de activar su enorme afición, su profesión, su dedicación de siempre. No hizo otra cosa Faustino Delgado que generar energía constante sobre y en aquello que más le apasionaba: los toros. Primero lo que la juventud demanda: ponerse delante con espada y muleta, después la palmaria evidencia de que llegar, lo que se dice llegar (no digamos mantener el tipo) llegan los que se cuentan con los dedos de una mano.
Y Faustino se vistió de plata y se las apañó curioso, práctico, con lo justo para andar con dignidad en la profesión. Y así se ganó las habichuelas, así y con un bar que a la vera de la Plaza Mayor gobernaba con primorosa cocina su esposa Valentina. Aquellos sabrosos mejillones aún se recuerdan señora mía.
Con El Tino, Ricardo Sánchez Marcos dio la vuelta a España como novillero de categoría (Madrid, Zaragoza, Bilbao, Valladolid, Salamanca etc..), aunque finalmente el feling entre ambos se desdibujó sustancialmente. Yo viví aquellos años muy pegado a los medios, la prensa sobre todo. Recuerdo un viaje a Córdoba en abril del 84, cuando Tino apoderaba al vallisoletano Jorge Manrique. Toreaba allí Jorge una novillada picada. Fue uno de esos festejos preparados para abrir boca de temporada. Manrique anduvo el hombre liviano de ánimo y su padre, el legendario "Taca", se lo reprochó después con dureza.
Un tipo de carácter, Faustino, que bebía los vientos por defender a sus toreros y que vivió esta guerra en la trastienda del toro con desigual fortuna. Con José Mari Martín "El Salamanca" saboreó los primeros éxitos como apoderado. Yo siempre le vi como un hombre pasional al que a veces le faltó diplomacia y frenar el temperamento.
Por lo que yo le conocí, Tino siempre me pareció un hombre generoso y en su cavernoso vozarrón, con los años, sentencioso. Cayó el guerrero y con él un resquicio inolvidable de mi peripecia taurina.
Mis condolencias sinceras a su esposa y a sus hijos Juan Carlos y Rosa Mari.