OPINIóN
Actualizado 19/02/2020
Manuel Alcántara

A pesar de que han pasado unos días, mi colega está todavía enojado. Me cuenta que, tras impartir una conferencia ante una audiencia numerosa que dio muestras de estar entregada a sus ideas y a la forma convincente en que las expuso, una asistente se le acercó para felicitarlo a la vez que aprovechó para recriminarle la ausencia de citas de referencia de autoras. "Así", me dice, "autoras, ni se dignó señalarme una sola que pudiera haber incorporado". Unas jornadas más tarde, una compañera de trabajo, a quien estimo y valoro su inteligencia, así como su buen hacer laboral, me dice, a propósito de una reciente novela de Mónica Ojeda que acaba de leer y que yo le había recomendado, que ha tomado la decisión de no leer en el futuro sino literatura escrita por mujeres. Frente a estas historias la ultraderecha se hace fuerte atizando una de sus proclamas favoritas: la condena de la estúpidamente llamada "ideología de género"

Son retazos representativos de por donde viene el aire que no hacen sino generarme zozobra. Una perplejidad a la que me cuesta responder azotado no tanto por una moda que no sé si es tal ni si será pasajera cuanto por los cambios profundos e irreversibles producidos en el entorno. La búsqueda de reconocimiento se confunde con el simplismo. La picaresca se ceba en historias basadas en el predominio de formas de vida patriarcales. El sentido de la igualdad que contorna expresiones de dignidad es coartado para medrar en espacios que se consideraban vetados, aunque no hubiera cerco explícito alguno. La excelencia queda camuflada por el imperio de las cuotas y las políticas identitarias arrasan cualquier atisbo de mantenimiento de un orden que quisiera plantear otros esquemas a la hora de disponer las cosas, de establecer jerarquías o de configurar relaciones bajo distintos criterios. Además, no hay espacio para el beneficio de la duda, ni para la presunción, en su caso, de inocencia por comportamientos atrabiliarios del pasado que hoy son inaceptables.

España mantiene el liderazgo mundial en trasplantes a lo largo de más de un cuarto de siglo. Recientemente se ha llevado a cabo en un hospital público el primer trasplante de corazón en el país con un donante en asistolia controlada, es decir, una persona en la que la muerte acontece porque el corazón se para. Frente a los donantes en muerte encefálica en los que el corazón sigue latiendo durante la extracción de los órganos, en este caso de lo que se trata, mediante una técnica muy sofisticada, es de hacer que el corazón vuelva a latir para ser trasplantado. El equipo encargado de la intervención supera a la veintena de personas, es plural en términos de sus habilidades, de su experiencia y del género. Lo que importa es su formación y su capacidad de trabajar conjuntamente. Sin embargo, una foto de un momento concreto que me llega por azar presenta a las protagonistas: tres mujeres en faena ante hombres que miran. ¿Hay que reivindicarlas?

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