OPINIóN
Actualizado 16/02/2020
Carlos Javier Salgado Fuentes

Esta semana, tanto el presidente del Gobierno Vasco, Íñigo Urkullu, como el de la Xunta de Galicia, Alberto Núñez Feijoo, decidieron comunicar su decisión de adelantar las elecciones autonómicas en ambas comunidades autónomas al 5 de abril, en pleno Domingo de Ramos.

Con ello, en unas regiones no demasiado semanasanteras, tanto Urkullu como Feijoo parecen querer huir de las repercusiones que podría tener el resultado de las elecciones catalanas anunciadas por Torra, aún sin fecha, pero que podrían tener lugar a finales de primavera o inicios de verano, una vez se hayan aprobado los presupuestos catalanes.

De esta manera, con el adelanto de unos meses de la cita con las urnas (que estaban previstas para inicios de otoño), los máximos mandatarios vasco y gallego intentan que las elecciones de sus comunidades autónomas, que tenían que celebrarse este año por mero calendario electoral, puedan transcurrir con cierta normalidad, sin verse afectados por la onda expansiva que podrían desencadenar los comicios catalanes, habida cuenta de la crisis territorial actualmente abierta en Cataluña, que se encuentra totalmente enquistada.

Por otro lado, en cuanto a los posibles resultados, no se esperan demasiadas sorpresas, ya que tanto en el País Vasco como en Galicia parece claro quién será la primera fuerza política en los comicios. Así, en el caso vasco el Partido Nacionalista Vasco (PNV) será (según todas las encuestas) nuevamente el partido más votado en las elecciones autonómicas, mientras que en Galicia dicho papel hegemónico lo tendrá el Partido Popular (PP).

No obstante, la incertidumbre en ambas elecciones se plantea respecto a la suma de los bloques, y si la aritmética parlamentaria que emane de las urnas permitirá a jeltzales y populares continuar en los gobiernos de Vitoria y Santiago de Compostela.

En lo que concierne al País Vasco, la forma de elección del lehendakari en el Parlamento de Vitoria (con la mera exigencia de tener más votos que otro candidato en segunda votación), facilitará sin duda la investidura de quien presida la comunidad vasca, y todo lleva a pensar que el PNV podrá seguir al frente del Gobierno Vasco, al no haber a priori una suma alternativa que pueda desbancar a Urkullu del sillón de Ajuria Enea.

En Galicia, sin embargo, la situación se antoja bastante diferente, ya que el PP necesitará de mayoría absoluta en el Parlamento de Santiago, pero de no alcanzar dicha mayoría, puede verse desbancado del sillón de mando, al carecer de socios potenciales en otras formaciones del parlamento. Y es que, en Galicia, el bloque de votos del centro derecha podría tener un único representante en el PP, que de no alcanzar la mayoría absoluta abriría la puerta a un escenario en el que la izquierda podría alcanzar el gobierno de la Xunta con el apoyo del Bloque Nacionalista Galego (BNG), como ocurriera en la época de Touriño.

En todo caso, si bien a priori parece más claro el escenario postelectoral en el País Vasco que en Galicia, saldremos de dudas dentro de dos meses en ambos casos, cuando las urnas decidirán quiénes tomarán el bastón de mando de las instituciones vascas y gallegas para los próximos cuatro años.

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