OPINIóN
Actualizado 16/02/2020
José Luis Puerto

En esa peculiar mesa de ofrendas que hay en la biblioteca leonesa de la facultad de letras, me encuentro con algunos números de una hermosa revista luso-francesa, 'sigila', que dedica cada uno de sus números a un ?diríamos? arquetipo. Me atrae el que dedican a 'la espera'. Es una revista apoyada nada menos que por la prestigiosa Fundación lusa Calouste Gulbenkian. Combina textos de escritores y pensadores actuales, con otros de autores ya más bien clásicos, tanto contemporáneos, como del pasado; desde Bernard Sesé a Jorge Luis Borges, desde Eduardo Lourenço (gran ensayista portugués nacido junto a la frontera salmantina) hasta el cantante brasileño Chico Buarque.

Tal encuentro me lleva al arquetipo de la espera, plasmado, en la literatura contemporáneo, por determinadas obras, que hoy nos parecen decisivas, desde 'Esperando a Godot', del irlandés Samuel Beckett, una de las mayores obras dramáticas contemporáneas, sobrecogedora, en esa espera de unos personajes desamparados, perdidos, en espera de ese Godot tan enigmático, que acaso ?no sabemos si para el autor? estaría representando a esa figura sagrada protectora a la que siempre el ser humano espera en su precariedad; hasta esa novela de culto que es 'El desierto de los tártaros', del escritor italiano Dino Buzzati, en la que su protagonista, el militar Giovanni Drogo (que nos representaría a cada uno de nosotros) es destinado a la Fortaleza, a una vida tediosa, en espera de ese ataque ?siempre irreal y, en el fondo, inexistente, que simbolizaría los miedos que a todos nos habitan? de los tártaros.

Pero hoy esos tártaros del relato de Buzzati ?para los acomodados habitantes del primer mundo? son los otros, esos otros que llaman a nuestra puerta y a los que no admitimos, hacinándolos en campos de suciedad, o en centros infames de internamiento (como denuncia estos días un juez canario), cuando no los devolvemos en caliente. No queríamos, sin embargo, hoy, hurgar en esa herida, en esa quiebra de los derechos humanos, que los occidentales admitimos como si nada.

Quería hablar de todas esas esperas, vividas día a día por multitud de seres humanos, a lo largo y ancho del mundo, y que otorgan al existir de todos esa fascinación y ese misterio que dignifica la vida.

Los padres que esperan el nacimiento del primer hijo. El niño que espera la llegada de los Reyes Magos. El hombre o la mujer que esperan un empleo digno. El estudiante que espera aprobar su curso, o su selectividad, para irse abriendo paso en la vida. La familia que espera acceder a una vivienda, para articular su vida comunitaria como es debido. El enfermo que espera su curación. El africano, el oriental, el americano que espera llegar a un país en el que pueda vivir dignamente, dejando atrás miserias, violencias y guerras. El utópico y entregado, que dedica su vida a cualquier causa hermosa, en pro de la humanidad. El creador que espera plasmar en una obra luminosa sus dones creadores. La madre que espera poder alimentar a sus hijos, pese a la precariedad en la que vive?

¡Tantas y tantas esperas! Tantas esperas, que nos podríamos pasar de continuo trazando una infinita línea de frases, para plasmar las innumerables esperas que residen en el corazón del ser humano.

Y a tal meditación me ha llevado el hallazgo de la hermosa revista 'sigila' en esa peculiar mesa de ofrendas de una facultad de letras de nuestra tierra.

'L´attente', 'a espera', 'la espera'. Y ese 'dictum' machadiano que citamos de memoria: "El que espera desespera / ?dice una voz popular?; / qué verdad tan verdadera."

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