Aquel Arias Navarro lloroso encima de su bigotito, no por los miles de andaluces a los que había condenado a muerte cumpliendo con su oficio de Carnicerito de Málaga como le llamaron los paisanos de Antonio Banderas, sino porque se le había muerto el jefe y con él se le iba el poder, camino del futuro que ya iba a ser de otros. Aquel testamento del jefe muerto que había entregado a Carmen la hija y no la de Merimé, que deben guardar como un tesoro en el recuerdo los nostálgicos de las venganzas. Vigilad y orad, decía el padrecito que jugó mientras vivió la misma partida del asesino Stalin, aunque con agua bendita. (Del dinero y las empresas para sus generaciones postreras no decía nada el testamento, cómo iba a decirlo si él era un frustrado cardenal que les había quitado el dinero a los ricos para dárselo a los pobres). Hay un partido que recogió el espíritu de ese testamento y lo está haciendo suyo.
El ex presidente Aznar -que empezó su carrera hacia el dinero y el poder jugando al dominó una vez al año en el pueblo de Onésimo Redondo tras la calumnia al socialista Demetrio Madrid- también dejó su testamento en forma de fundación para fabricar cachorros pabloscasados que nos librasen de los enemigos de la civilización cristiana. Pero quiere alargarse en el tiempo y de vez en cuando chasca los dedos para que acuda un micrófono que recoja su doctrina. Este es un testamento de cuerpo presente donde abronca a los suyos y a los demás, a los de dentro y a los de fuera, a todo quisque. Mientras, amasa dinero bajo el silencio de los medios de comunicación que no dicen ni mu cuando la Agencia Tributaria les llama a él y a su mujer para ajustar cuentas. Porque los dos formaron hace tiempo una sociedad aparte de la conyugal, y ya se sabe lo difícil que resulta todo cuando hay sociedades mercantiles por medio.
Felipe González fue siempre un señor de derechas. A mí me lo dijo enseguida Perla Cristal, y nadie como una hermosa argentina para oler las cataduras y los sueños. Ese mediocre abogado laboralista, a quien la lechería familiar dio para pagarle la carrera, pronto apuntó alto. Y se hizo novio de la hija de un coronel. Y fue la novia Carmen Romero -una militante sindicalista- la que enamoró políticamente a Felipe hasta conducirle a la lucha por la libertad. Pero enseguida el abogado cambió el ansia de libertad por las ganas de tocar poder. Cuanto más, mejor.
Experto en desbrozar rivales hacia una presidencia de partido y de gobierno, se apareció en 1982 como dueño de la voluntad de un país que le guardaba las espaldas como los campesinos ingleses a Robin Hood. El forajido medieval de Sherwood nunca traicionó a nadie. Felipe González, sí. No sólo se arrodilló ante la iglesia católica tan española y ante el poder del dinero, sino que nos restregó por la cara de bobos su cambalache veraneando en cuanto tuvo ocasión en el yate Azor, símbolo del dictador a quien dijo combatir. Y ahora, ya entrado en la edad tardía de Luis Landero, su sueño ha subido de tamaño tanto que ahí está desde una multinacional a la jet set de la mano de otra mujer. (¿OTAN sí, OTAN no?).
Quien institucionalizó la corrupción política y la endogamia familiar fue Alfonso Guerra. Nadie como él para ser presidente de Andalucía desde las instituciones de la delegación del gobierno. De las dos Españas que hablan por boca de Antonio Machado (así se llama o se llamaba la librería sevillana que regentaba su mujer o ex mujer), Guerra representa otra España aún peor. Abusó tanto de su poder que hasta el propio Felipe González tuvo que echarle del gobierno. Y se ha resistido con uñas y dientes a dejar su asiento de diputado donde hibernaba su ancianidad inútil, y desde donde insultó una y otra vez desde el principio hasta el final.
A falta de argumentos, Alfonso Guerra maltrató tanto con un lenguaje tabernero al presidente Suárez que la gente esperaba los improperios de Guerra como los resultados de los partidos de fútbol a la salida de los cines, cuando no había tele. Se le olvidó que gracias al coraje neutro de Adolfo Suárez arrancando a los nostálgicos de la dictadura la ley para legalizar los partidos políticos, él se sentaba en el congreso de los diputados. Y por el camino dejó cadáveres como el de Tierno Galván, uno de los grandes profesores que ha tenido la universidad de Salamanca. Lo hizo con la obscenidad de los matones: víbora con cataratas es lo más suave que decía de su compañero de partido.
Aquí nadie es inocente. Nosotros, los que estuvimos y estamos ahora un poquito en los medios de comunicación, tampoco. El 30 de Diciembre de 1984 el diario ABC que conservaba entonces no sólo su influencia sobre los monárquicos sino otra mucho más amplia, nombró a Jordi Pujol "español del año". Por lo visto Jorge Pujol (así lo llamaba siempre ABC que ya españolizaba por su cuenta a Cataluña como años después propuso hacerlo el ministro Wert) era un ciudadano ejemplar y no un ladrón. Pasqual Maragall denunció públicamente en el Parlament aquella corrupción, práctica común que todos sabían, y no pasó nada.
Ahora sí pasa. Pasa que todos ellos y muchos más han esperado a estar fuera de las responsabilidades de la política para denunciar su rechazo al diálogo de nuestros gobernantes con los catalanes para enfrentarse a un problema. Pues miren ustedes (dense por aludidos los antes mentados): si cuando tuvieron en sus manos el poder, hubiesen resuelto ese problema, ahora no necesitarían dialogar los que recibieron de sus señorías una herencia envenenada. Pero qué bien se vivía de Cánovas a Sagasta y de Sagasta a Cánovas, turno de oficio y dejémonos de líos, que para una necesidad siempre están ahí los nacionalistas que nos echan una mano.
Por otra parte, muchos españoles nos pasamos suplicando a ETA que dejase de matar. Argumentábamos que todas las aspiraciones del País Vasco se podían resolver en la política mediante el diálogo. Al aproximarse a los 1.000 muertos, ETA dejó de matar. Hizo caso y está en las instituciones haciendo política sin pólvora, como le pedíamos. Pero ahora resulta que tampoco. Que hablar con vascos o catalanes es pecado mortal.
Con ETA habló la derecha, la izquierda, y el centro que nadie sabe bien lo que es. Pero la única aberración del diálogo actual corre a cargo de la izquierda. Pues voy a hacer una confesión y salga el sol de los juglares tan próximos al fascismo por Antequera o por donde les dé la gana: yo, republicano convicto, confeso y practicante, hablé mucho con el rey emérito. Y conmigo, en la misma conversación, hablaron republicanos catalanes. No todo en la vida de un jefe de Estado fueron Corinas. Ah, pero los patriotas se apropian de Rojas Zorrilla y dicen que del rey abajo, ninguno. Que el rey hablase con un individuo como yo era motivo para que se presentase un impeachment y el país volviese a los Austrias.
Y es que ser de izquierdas es algo monstruoso y antinatural. De hecho, Caperucita Roja la jodió. Su abuela, que era de izquierdas, estaba liada con el lobo. Y hablaban de resolver sus conflictos sentimentales. No lograban ponerse de acuerdo por la impertinencia de Caperucita llamando a la puerta sin avisar, como hace Vodafone con Félix Maraña a la hora de la siesta o del amor. Así que lo de comerse el lobo a Caperucita fue un encargo de la abuela.
La cuestión es quién es ahora el lobo, aunque los misioneros fascistas lo tengan muy claro.