OPINIóN
Actualizado 11/02/2020
Luis Gutiérrez Barrio

¿Cuándo pedimos, o nos piden, una opinión, un consejo, que es lo que realmente nos están, o estamos, pidiendo?

Como siempre ocurre, habrá para todos los gustos, pero hay una tendencia muy extendida, que consiste en pedir opinión o consejo para que nos digan lo que queremos o necesitamos escuchar.

¡Cuántas amistades se habrán perdido por decir lo que pensamos en lugar de lo que nuestro interlocutor quiere oír!

Porque son muchos los que, aquejados de una baja autoestima, necesitan que las personas que les rodean, aquellas a las que consideran sus amigos, les reafirmen en sus creencias, aunque sean erróneas e incluso les estén haciendo daño. Lo que necesitan, o creen que necesitan, no es conocer la opinión del otro, y mucho menos que nadie intente sacarles del error en el que se encuentran, no, nada de eso, lo que necesitan es que alguien les diga, que su postura es la correcta, que lo están haciendo muy bien, que sigan por ese camino, aunque al final lo que encontrarán será un precipicio.

Esos falsos amigos, que por miedo a perder la amistad, se rebajan a decir lo que creen que el otro quiere escuchar, no son realmente amigos, son personas que eligen el camino fácil, el de no complicarse la vida, y prefieren regalar los oído al otro, aun sabiendo que lo que dice no se corresponde con la realidad, ni con lo que realmente está pensando, pero sale del paso, no discute, no se lleva malos ratos, y todos tan contentos.

Creo que al amigo que pide opinión hay que hablarle con sinceridad, atendiendo a su circunstancia y momento. Es decir con el cariño, paciencia y afecto que requiera su situación anímica. No mostrándose duro, pero sí firme en cuanto a decir lo que realmente pensamos, siendo sinceros. Recalco lo de sincero, y no digo eso tan manido de "yo siempre voy con la verdad por delante". A mí, esos que van con "la verdad por delante", me dan un poco de miedo, porque me están diciendo que conocen y están asentados en la verdad, por lo tanto, cualquier discusión, opinión o idea que venga de fuera de él y que no coincida con la suya, es errónea, lo que hace imposible el diálogo.

Yo prefiero hablar de sinceridad, es decir, manifestar lo que pienso, aun sabiendo que puedo estar equivocado, huyendo de radicalismos y fundamentalismos, dejando siempre abierta la mente para que otras ideas puedan entrar en ella y enriquecerla.

Desde esa sinceridad es, creo yo, desde donde podemos manifestar nuestra opinión a ese amigo que nos pide ayuda. Teniendo en cuenta que no siempre nos hará caso, lo que no debe hacer que el desánimo cunda en notros. No es fácil, para quien pide consejo, admitir su posible equivocación, más si su estado psicológico no es muy bueno, por lo tanto debemos armarnos de paciencia, escuchar, pero escuchar de verdad, no como el que oye llover, esperando a ver si termina para marcharnos en paz, con la satisfacción de haberle aguantado un buen rato simulando que nos interesa todo cuanto nos está diciendo.

Por último, creo que tanto el que pide opinión, como el que está dispuesto a darla, deben cumplir unos requisitos, no muchos, pero sí importantes: El que pide opinión, debe espantar todos los prejuicios, abrirse a la posibilidad de escuchar cosas que no le van a gustar. Puede que escuche opiniones que le hagan cambiar de actitud, o al menos que se tambalee su actitud ante ciertos problemas.

Por otra parte, quien va a dar su opinión, debe estar dispuesto a ser sincero, sabiendo el riesgo que corre al decir lo que realmente piensa, y a pesar de ello, decirlo. Eso sí, de forma adecuada y atendiendo a la sensibilidad y demás circunstancias de la persona a quien se da opinión.

Si a pesar de todo, pierde a ese amigo, una de dos; o no era realmente amigo o ese amigo, cuando reflexione y recupere la calma, volverá para pedirle perdón y mostrarle su agradecimiento.

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