OPINIóN
Actualizado 27/01/2020
Francisco López Celador

Conozco alguien muy cercano que acaba de comprarse una nueva vivienda. Por tratarse de una operación muy importante, procuró recorrer varias inmobiliarias hasta encontrar aquella que más se acercaba a sus preferencias. Ni que decir tiene que se le informó puntualmente de todas las características de la construcción: superficie, altura, orientación, gastos de comunidad, calidad de materiales, forma de pago, etc. No había duda. En los diversos folletos que le facilitaron figuraban representaciones muy reales de todos los detalles que garantizaba la inmobiliaria. Llegó, incluso, a visitar el piso piloto donde confirmó todo lo que se le había prometido. El siguiente paso fue firmar la oportuna hipoteca en el banco y esperar la entrega de llaves. Ese ya fue el primer contratiempo. Además de retrasar la entrega más tiempo del estimulado, se le exigió una cantidad adicional por circunstancias imprevistas -no muy convincentes- Por fin llegó el día esperado; malhadado día, diría yo. Entrar en el nuevo hogar y sentirse miserablemente engañado, fue inmediato. Ni una sola de las propiedades que se especificaban en el folleto se parecía a la cruda realidad. Ni la superficie -bastante menor a la indicada-, ni la calidad de los materiales -ni parecida a la del piso piloto-, ni las superficies comunes -tan exiguas que daban sensación de agobio-. Un verdadero desastre. Mi amigo, sintiéndose descaradamente burlado, protestó al constructor. De nada le sirvió. El empresario, con buenos abogados, y la ayuda de algunos socios a los que debía favores, ofreció como respuesta una serie de evasivas en las que se daba por sentado que en nada había infringido la ley y que, por supuesto nunca había faltado a la verdad. Conclusión: mi amigo debió invertir una importante cantidad de dinero y un tiempo excesivamente largo para dejar su vivienda en las condiciones que había soñado.

Como ya se imaginará más de un lector, lo que le sucedió a mi amigo es exactamente lo mismo que les ha sucedido a muchos de los españoles que votaron a Pedro Sánchez en las últimas elecciones y han descubierto que no dijo ni una sola verdad en la campaña electoral. Algunos le dieron su voto conscientes de la catadura moral del aspirante y esperando una recompensa a su apoyo; pero otros muchos creyeron que la transcendencia de las promesas era de tal calibre que no admitían falsedad. Como mi amigo, también estos han descubierto la maniobra demasiado tarde. También debe favores Pedro Sánchez, pero quien piense que se ve obligado por sus coaligados a tomar todas esas decisiones, aparentemente incomprensibles, es que no acaba de conocerle. La forma de desenvolverse con la mentira y el cinismo que demuestra con propios y extraños, hacen que los nuevos apóstoles del populismo y del rancio comunismo bolivariano que se sientan a su lado en el consejo de ministros sean a su lado unos pobres aprendices. Pedro Sánchez, que, repito, no es socialista, es mucho más radical que todos sus compañeros de viaje, y su endiosamiento ha llegado a tales niveles que está convencido de poder engañar, con el mismo descaro que demuestra dentro de España, en todos los organismos internacionales a los que acude. Lo grave de este problema es que, de fronteras para fuera, lo que cuenta es la economía, y ahí tiene su talón de Aquiles.

Esperemos que quienes se hayan visto traicionados por Sánchez ? no pocos de su propio partido- no vuelvan a dejarse embaucar otra vez para que la "reparación" de su equivocación no se dispare a niveles insalvables.

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