OPINIóN
Actualizado 24/01/2020
Manuel Rodríguez Fraile

Creo que la mayoría estaremos de acuerdo en que el lenguaje articulado, tal y como lo utilizamos los seres racionales, es algo vivo. Que hay palabras que mueren, otras que quedan en desuso y muchas nuevas nacen. Los que ya tenemos cierta edad, no podíamos imaginar que wasapear, domótica, emoticono, selfie o tener nuestra fotos y documentos en la nube, serían hoy de uso cotidiano o que papichulo, almóndiga o güisqui fueran aceptadas por la Real Academia Española (RAE), pero así es. Este organismo define el lenguaje como la capacidad propia del ser humano para expresar pensamientos y sentimientos por medio de la palabra, pues precisamente de pensamientos y sentimientos va la cosa.

Kierkegaard, filósofo y teólogo danés del siglo XIX escribió: ¡Qué irónico es que precisamente por medio del lenguaje un hombre pueda degradarse por debajo de lo que no tiene lenguaje!, yo creo que estas palabras en nuestros días cobran notable actualidad. Porque es una pena que algunos personajes, seguro que les resultará fácil identificar unos cuantos, lo usen de forma degradante para ellos mismos, por lo que deberíamos situarles entre los que, educadamente, el danés califica como lo que no tiene lenguaje, lo no racional, lo no humano diría yo.

¿Esa fauna de vociferantes de tertuliano que pululan por las cadenas de radio y televisión podrían incluirse entre lo que no tiene lenguaje? ¿Y nuestros políticos? Les oímos decir hubieron muchos accidentes en lugar de hubo muchos accidentes o habían más de 40.000 espectadores, cuando debieran decir había más de 40.000 espectadores. El otro día escuche en la radio: esto sucedió 20 años atrás. Una redundancia clara, ya que si había sucedido sólo puedo ser "atrás", por lo que sería suficiente decir sucedió hace 20 años. Y es que en esta vida hay que tener cierta profesionalidad en el ejercicio de la actividad que uno ejerce. Pero esto no es lo más grave.

Lo digo, porque George Orwell, prolífico escritor y periodista británico, autor entre otra muchas novelas de "1984", afirmaba que si el pensamiento corrompe el lenguaje, el lenguaje también puede corromper el pensamiento. Una afirmación muy acertada ya que si, por abusar de hacer un mal uso del lenguaje, nos acostumbramos a utilizar un cierto tipo de expresiones, nuestro pensamiento terminará por corromperse sin remedio. El último debate de investidura creo que fue buena muestra de lo que digo.

La mala educación se apodero del Congreso de Diputados. Insultos, descalificaciones, datos manipulados de manera tendenciosa, abucheos, pataleos y utilización de palabras vaciadas de su noble contenido original, pero que queda bien utilizar como son democracia, consenso, tolerancia, dialogo, nacionalismo o patriota. Un lenguaje y unos comportamientos rozando lo barriobajero que, en mi opinión, pone de manifiesto la mediocre formación de muchos de nuestros representantes y una preocupante falta de profesionalidad.

Porque en política, como en toda actividad, hay que tener un comportamiento profesional. Y la profesionalidad según la RAE es la característica de la persona que desempeña un trabajo con pericia, aplicación, seriedad, honradez y eficacia, o del trabajo así desempeñado. A la vista de esta definición ¿cuántos profesionales creen ustedes que hay en nuestro Congreso de Diputados?. Hay que tener en cuenta que a un ladrón que comete atracos sin dejar rastro o un asesino en serie, al que no son capaces de dar caza ni los mismísimos equipos de CSI, también lo calificamos en el lenguaje coloquial como "profesionales", a sabiendas de que ser ladrón o asesino no son profesiones. ¿La política lo es?

Un lenguaje que usa palabras de significado corrompido y un actuar a través de acciones corruptas, es decir, una manifiesta falta de profesionalidad nos lleva a un pensamiento igualmente corrupto y poco profesional, un pensamiento que termina por contagiar todo su entorno y se extiende como una mancha de aceite, de forma que terminamos por considerar la falta de educación y de profesionalidad como algo normal cuando no debería ser así.

Mi admirada catedrática de Ética de la Universidad de Valencia, Adela Cortina, hablando de la profesionalidad, a la que llama virtud de la vida corriente, señala en su libro "Democracia y virtudes cívicas":

La perfección es inaccesible, eso es cierto, pero la profesionalidad, entendida como la predisposición a ejercer la propia actividad social con capacidad, aplicación y sentido de la responsabilidad y la justicia, con una indeclinable aspiración a la excelencia, es una virtud moral indispensable para construir una sociedad justa y buena, para construir lo que ha venido en llamarse una buena sociedad.

¡Qué bien les vendría a muchos asistir a sus clases! Porque si dejamos que nuestro lenguaje se corrompa, lo hará muestro pensamiento y nos degradaremos por debajo de lo que no tiene lenguaje.

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