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EDUCACIóN
Actualizado 23/01/2020
Charo Alonso

La Junta de Castilla y León quiere inculcar a los alumnos valores como la paz, la convivencia y el rechazo al terrorismo con los testimonios de aquellos que lo sufrieron

Hay un silencio especial cuando habla Luis Heredero. A veces a los alumnos de un instituto les cuesta permanecer tranquilos en una charla en el salón de actos, lejos de su rutina de clases y caras conocidas. Y el silencio es sorprendente, emotivo, profundo, cuando este hombre alto se levanta de la mesa desde la que ha hablado el director del Instituto, Ramón Cossío y donde se sientan la representante de la Delegación Provincial de Educación, la representante del Ministerio de Interior y el profesor de historia, Javier Curto. Ese hombre alto y delgado que se pone de pie y baja hacia los alumnos se llama Luis Heredero. Un hombre que nunca quiso hacer este relato, que durante años guardó silencio hasta concienciarse de que su testimonio, el mismo que vamos a escuchar, es necesario.

El IES Mateo Hernández ha sido seleccionado junto a seis centros educativos más para una iniciativa que, ya puesta en marcha, pretende que los alumnos de 4º de la ESO y 2º de Bachillerato conozcan, en palabras de Ángel Ibáñez, consejero de la Presidencia de la Junta, "la que ha sido una de las principales lacras de nuestro país". Un empeño que tiene aún más valor porque se realiza a través de las experiencias viales de quienes han sido afectados directamente por ese terrorismo que pretendía imponer las ideas de unos pocos a toda una sociedad que no pude permitirse el olvido. Un olvido del que nuestros alumnos no son conscientes, porque su edad hace que no hayan conocido de primera mano los feroces años de plomo. Un olvido que, desde la Asociación de Víctimas del Terrorismo de Castilla y León con su presidente, Juan José Aliste al frente, se quiere conjurar.

Y es la palabra calmada y directa de Luis Heredero la que lo hace. Tras recordar el director del centro, Ramón Cossío, que precisamente el jueves 23 de enero se cumple el aniversario número 25 de la muerte de Antonio Ordóñez, Luis Heredero cuenta a los alumnos que en los años de plomo, los atentados eran algo casi cotidiano que no solo le sucedía a los militares o policías, sino que ser víctima le podía pasar a todos. Un relato de nombres, cifras, efemérides que poco le dicen a unos alumnos que no habían nacido cuando Ortega Lara sufrió cautiverio, ni cuando mataron a Miguel Ángel Blanco. Un auditorio de jóvenes que no vivieron aquello y a los que las cifras pueden no decir nada? hasta que Luis Heredero, de lo general a lo particular, empieza a explicarles, voz calmada, gesto contenido, que está ahí para defender la memoria y el recuerdo de su padre, y es entonces cuando el silencio se hace aún más profundo.

Para los salmantinos, la historia del Coronel Antonio Heredero Gil es la de todos. Hijo de agricultores de Calatayud, vio en la carrera militar su camino y estudió en la Academia de Zaragoza, recalando por fin en la Salamanca de los años noventa donde los militares iban a trabajar en uniforme, guardando ciertas precauciones más bien teóricas. Era Salamanca y Heredero Gil un militar de 55 años, con tres hijos y un empeño diferente: estudiaba empresariales por la tarde. Cuando su hijo muestra la rampa que da acceso al garaje donde murió el Coronel, el silencio es aún más conmovido. Todos hemos pasado por delante de ese espacio en el Paseo de la Estación. No es un lugar lejano ni ajeno. Forma parte de nuestro paisaje.

Encima de la rampa, siguen jugando los niños. Y un hombre de mediana edad entra en su coche en el que quizás hubieran estado sus suegros y uno de sus hijos. Pero lo hace solo, y la bomba lapa, metida dentro del habitáculo, estalló a los pies de su casa, una casa que, afortunadamente, no tenía ventanas ni balcones hacia la fatídica puerta del garaje.

Me van a permitir que recuerde que paso prácticamente todos los días por ese lugar. Que recuerde que mi madre sintió moverse todos los cristales de la casa y pensó que se le caerían encima los del balcón. Ella vive apenas tres calles más allá. Eran las cuatro y media de la tarde y Luis Heredero estaba estudiando oposiciones, le llevaron allí en coche y al acercarse, supo que nada era normal. Recuerda cada uno de aquellos instantes, recuerda que fue su hermano quien tuvo que bajar. Recuerda cómo llegaron amigos, vecinos? recuerda la capilla ardiente en el mismo lugar donde, años después, bautizó a su hija con el deseo de conjurar un asesinato con una nueva vida.

En el silencio de la charla se suceden las imágenes, el coche destrozado, el entierro multitudinario en esa iglesia de María Auxiliadora donde va mi madre, espacios familiares para nuestros alumnos de Garrido que miran y oyen como, tres años después, ETA le pone otra bomba, esta vez con temporizador, a un militar de Salamanca que lleva a sus hijas y a sus amigas al colegio. Ahí en los Agustinos, al lado de nuestro instituto. A Juan José Aliste le arrancaron las piernas de cuajo, y no mataron a las niñas porque el militar las había reñido por la tardanza de una de ellas y cambiaron el horario. Ahí al lado, en los Agustinos. Tan cerca. Por la plaza de Toros, el lugar en el que viven muchos de nuestros alumnos.

Familias destrozadas que no tuvieron, en el País Vasco, la suerte de tener una sociedad como la salmantina, que se volcó generosa y multitudinariamente en los actos en honor de Heredero Gil. En aquellos años 80 ser víctima de ETA era algo vergonzante. Al hecho de haber sufrido una injusticia, un crimen no sobre un hombre, sino sobre una sociedad, se unía el dolor de no sentir apoyo social. El hecho de que en 1992 lo más importante fuera mantener el prestigio mundial de la Expo y de las Olimpiadas. Familias que aún ahora, deben cargar con el hecho de que aunque se sepa quiénes son los asesinos, la falta de pruebas y el mecanismo de las condenas no permitan ni un juicio ni el cumplimiento de la totalidad de las penas.

La vida no vuelve a ser igual, nos dice Luis Heredero, y al hecho de la ausencia del padre con el que no se puede ir al fútbol? y hay una sonrisa general que se siente, se une el de no saber quién le ha asesinado, y el dolor de sentir que pasa el tiempo y el olvido todo lo cubre. O se le quita importancia a la masacre que provocó ETA. Luis Heredero sabe hablarnos en nuestro lenguaje: hacer chistes banales sobre el tema, volver a la falta de tolerancia, compartir memes insultantes, apoyar nacionalismos brutales que no trajeron más que dolor? la explosión que cambió la vida de su familia, la explosión que oyó durante semanas tras el atentado aún resuena cuando minimizamos la tragedia que aún sufren tantas y tantas familias destrozadas por los atentados de ETA.

Para ellos, para quienes no lo vivieron, el recuerdo, la memoria, el relato, y más si es en primera persona, es necesario. Cuando se atreven a levantar la mano, a preguntar, a inquirir, a tratar de entender, estamos haciendo historia. Y no en los libros, esos libros que no terminan porque el temario es inabarcable, sino en la auténtica vida, la vida a pie de calle.

Queremos creer que cuando nuestros chicos, nuestros alegres, despreocupados chicos de Garrido vayan por la Glorieta del Coronel Antonio Heredero Gil para bajar al centro, para ir a Vialia, para acabar comiendo pizzas en las esquina esa que está tan cerca de la casa, ahí en el memorial que la ciudad le dedicó al Coronel, recuerden este día, recuerden estas palabras. Que su alegría siga, pero conscientes de que ese nombre tiene una razón de ser, espacio de memoria y de reconocimiento. Suena el timbre y se levantan, callados, serios, una imagen en su cabeza. Una voz calmada, contenida. Y en su memoria, la memoria viva.

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