OPINIóN
Actualizado 18/01/2020
Toño Blázquez

La visita del otrora poderoso comentarista y comunicador taurino Manolo Molés a Salamanca ayer para hablar brevemente de su amistad y entrevistas profesionales con el recordado Julio Robles, me ha traído a la memoria el breve tiempo (un par de años, creo) que estuve colaborando con él en el programa estrella de las madrugadas taurinas españolas, Los toros, de la Cadena Ser (sucumbido ya). Es cierto, todos los profesionales que viajaban de noche en los largos trayectos por carretera entre ciudad y ciudad, corrida y corrida, se repartían informativamente hablando, en dos emisoras: Clarín, de RNE, dirigida por el también incombustible José Luis Carabias y Los Toros en la SER, de Molés. Competían entre los dos y la audiencia, a pesar de esas horas, era enorme. Ambos diales llegaban a toda España.

Yo entonces era un perejil auténtico y me metía en todas las salsas. Colaboré como reportero en ambos programas. Lo malo de Molés es que su programa terminaba al filo de las dos de la mañana. Recuerdo que me tenía en vela con un sueño atroz la mayoría de las noches hasta pasada la una y media en que me daba paso para estar escasos minutos en antena dando alguna croniquilla o noticia acontecido por estos lares salmantinos.

El periodista estrella de las noches taurinas en España, me pagaba con buenas palabras y promesas de cobro que se dilataban y se dilataban en el tiempo. La ilusión de estar colaborando en su programa y la juventud de aquellos años amansaba considerablemente el abuso y el engaño con que me sentía tratado. Un día me harté y me fui a Madrid, a hablar con él sobre el particular a la emisora de la Gran Vía. Y volvieron las promesas de pago a mi trabajo de vampiro colaborador taurino.

Y así, hasta hoy. Manuel Molés ha tenido mucho poder en el peculiar planeta taurino, un poder derivado evidentemente de su influyente programa de radio en una emisora líder en este país. Un buen comunicador al que seguí desde la mítica Revista de toros, en blanco y negro en TVE con la insólita e impagable Mariví Romero al mando (¡y lo mal que leía el Telepronter, Dios mío!).

Y ya digo, su visita breve a Salamanca me ha recordado aquellos efervescentes años de periodismo tan vivo en mi vida.

Pero no fui a verle al Casino. ¿Que por qué?. Fácil. A los ilusionados pardillos, como yo era entonces, se los embauca con facilidad. Y el poso que me queda ahora, pasados tantos años, es de mal rollo. Feas nostalgias mismamente.

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