OPINIóN
Actualizado 09/01/2020
Antonio Costa Gómez

En China hay cosas deliciosas. Están pabellones aéreos y exquisitos como los que se ven en lo alto de la montaña Huanghshan entre las nubes. Están los poemas de Li Po, el gran poeta hippie y visionario que recorrió las montañas y vagó por el río Yangtsé, no quiso saber nada de las ceremonias imperiales, habló con los dioses, murió porque quiso borracho besar a la Luna en el río. Están los poemas de Xu Zhimo que fundó la Sociedad de la Luna Nueva , se escapó con su amante rompiendo las tradiciones rígidas, escribió sobre el xinglin, sensibilidad misteriosa para la vida cósmica: "Nos encontramos en silencio un atardecer/ tú en tu ola y yo en la mía". Están los sueños dentro de sueños de Chuang Tzu. Están los koan, donde monjes zen sorprenden a sus discípulos para liberarlos de sus conceptos y que se den de bruces con la vida. Está el Tao Te King, el maravilloso libro sobre la Vida Cósmica que nos dice: una vara flexible dura siempre, una vara rígida se rompe enseguida.

Pero solo recordamos lo imperial, lo burocrático, lo apabullante. Recordamos la muralla china infinita en que cada persona se pierde y se vuelve nada como sugería Kafka. Recordamos la masificación la burocracia absoluta, el poder absoluto. Ahora traen los guerreros de terracota de Qin Xi Huang, símbolo de la uniformización militarista, del aplastamiento, de la despersonalización. Qin Xi Huang enterró vivos a los escritores que se le opusieron, quemó todos los libros, lo aplastó todo.

¿Por qué no traen el "Templo budista en las montañas" de Li Cheng, donde el hombre se funde con la naturaleza, donde se capta la atmósfera y la vida exquisita del cosmos? ¿Por qué no traen dibujos de los Ocho Excéntricos de Yangzhou que rompían con las convenciones y trazaban hojas apasionadas y deliciosas en el aire?

ANTONIO COSTA GÓMEZ, ESCRITOR

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