OPINIóN
Actualizado 01/01/2020
Juan Antonio Mateos Pérez

Si sembramos a lo largo de nuestra vida semillas de paz, de justicia, de libertad, de fraternidad, de amor, engrandeceremos, con nuestro ejemplo el espíritu de la humanidad. MIGUEL ÁNGEL MESA BOUZAS La paz es la tranquilidad del orden? La paz es

En primer lugar, desear a todos los lectores, un FELIZ AÑO 2020. Atiborrada nuestra mente de tantas cosas, informaciones, noticias, trabajo, necesitamos momentos de silencio y de hondura, para estar con nosotros mismos y llenar la despensa del corazón de propósitos renovados para el nuevo año. No es fácil hacer cambios en nuestros hábitos o comportamientos, estamos muy influidos por la "inconsistencia temporal". No abordamos de igual manera el presente que el futuro, pero sabemos que la renovación nos ayuda a crecer, a madurar en nuestra existencia.

Es una buena práctica, antes de cualquier proyecto echar la vista atrás para otear el camino recorrido, ver lo aprendido en el año. En ese camino nos hemos reafirmado en los postulados para luchar por un mundo mejor, en el descubrimiento de nuevos ideales, en seguir aprendiendo y amando, a pesar de los errores, y, sobre todo, de no descuidar la memoria. Para todo ello, es bueno dar gracias. Entendiendo la gratitud como una actitud de humildad que sale del corazón, es un sentir admiración por lo sucede cada día y sentir la alegría por el placer de vivir que asoma en cada esquina de nuestra existencia. Gracias a Dios por todo un año cargado de vida; gracias a todos los que me habéis acompañado, visibles e invisibles y, también, por todos aquellos que no están pero que no se han ido de mi corazón.

La gratitud no está exenta de perplejidades ante lo cotidiano, ya que las encrucijadas de la pobreza, la injusticia, el conflicto, la situación del paro, la necesidad y la exclusión, los inmigrantes, refugiados y las guerras comprimen el ánimo. El deseo y búsqueda de un mundo mejor para todos no siempre se ejerce desde la certeza sino también desde la incertidumbre y la perplejidad. Pero a pesar de nuestras perplejidades nada debe resbalar en nuestro corazón y hacer frente a todo aquello que atente contra la dignidad. Para ello, es necesario el agradecimiento ante lo aparentemente pequeño de cada día, también hacia todos aquellos que nos acompañan y nos hacen un mundo más habitable.

Una vez agradecidos debemos buscar los mejores propósitos para el nuevo año. Un año es más que el tiempo biológico, nuestras cotidianidades están mezcladas con los grandes acontecimientos de un mundo cada vez más globalizado. Un buen propósito para el año podría ser desplegar la creatividad y la solidaridad, para que se puedan romper los muros de la indiferencia y ser sensibles al dolor ajeno. Son muchos los que sufren, con lo que es necesario recuperar unas bases sólidas para comprender y compartir la realidad de tantos.

Propondría otro propósito para el año, superar los miedos sociales y globales. Rebajar las incertidumbres existenciales, sociales, económicas, políticas y establecer lazos de mayor hondura en la búsqueda de sentido. No estaría mal, superar todo tipo de exclusiones, principalmente de aquellos colectivos que no son productivos o que no generan riqueza. No pueden quedar al margen de la sociedad, como descarte o basura desechable, para ello hay que intentar y luchar, para que todo tipo de fronteras y separaciones externas e internas, se conviertan en puertas abiertas atravesadas por unos corazones abiertos hacia los más necesitados, donde nuestros espacios comunes y sociales, sean realmente una casa de todos y para todos.

También sería un buen propósito, superar los nacionalismos y fundamentalismos que levantan fronteras imaginarias que con el tiempo se convierten en reales. Muros que nos aíslan con la falsa idea que estamos más seguros y que son necesarios para afianzar nuestra identidad. Armonizar lo global y lo local parece urgente, intentando limitar los conflictos entre los dos ámbitos, siendo la cultura de la paz y hospitalidad uno de los valores más necesarios.

Por último, un deseo de paz. Es uno de los dones más grandes del ser humano. La guerra es el naufragio del bien, su crueldad, es lo que ha obligado a millones de personas en situaciones extremas a salir de sus casas con lo puesto, condenadas al destierro en tierra extraña, siendo rechazados en su dignidad y desprotegidos por el derecho internacional.

En el último año, se han acentuado las tendencias separatistas en numerosos países, incluso en los países más desarrollados, con un fuerte aumento del nacionalismo y del conflicto. La ausencia de una autoridad global, ha provocado que las guerras internas y transfronterizas han aumentado desde la guerra fría. Sobre todo, las guerras de baja intensidad, no convencionales o asimétricas, con pocos efectivos, pero con más intervenciones, ampliándose los conflictos económicos, políticas y sociales.

Comenta Francisco en su mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de 2020, que la guerra se nutre de la perversión de las relaciones, de las ambiciones hegemónicas, de los abusos de poder, del miedo al otro y la diferencia vista como un obstáculo; y al mismo tiempo alimenta todo esto. La paz y la estabilidad internacional son incompatibles con todo intento de fundarse sobre el miedo a la mutua destrucción o sobre una amenaza de aniquilación total; sólo es posible desde una ética global de solidaridad y cooperación al servicio de un futuro plasmado por la interdependencia y la corresponsabilidad entre toda la familia humana de hoy y de mañana. El mundo no necesita palabras vacías, sino testigos convencidos, artesanos de la paz abiertos al diálogo sin exclusión ni manipulación. De hecho, no se puede realmente alcanzar la paz a menos que haya un diálogo convencido de hombres y mujeres que busquen la verdad más allá de las ideologías y de las opiniones diferentes.

Para conseguir la paz, hay que educar en la paz. Esta forma de educar, debería enseñarnos a perder el miedo a la diferencia del otro, a tratar a las demás culturas en igualdad de condiciones, vacunándonos de la tentación de imponer a los demás aquellos modelos económicos, políticos, culturales y tecnológicos que no nos conducen a la felicidad. Tenemos la obligación moral de fomentar en nosotros como sociedad, en nuestros hijos, en nuestros alumnos, la capacidad de oponernos a muchas cosas que nos ofrecen como normales y cotidianas pero que generan violencia e injusticia. La paz, no es otra cosa que la síntesis de la libertad, la justicia y la armonía.

FELIZ AÑO, sobre todo PAZ

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