El primer gran rey leonés fue Ramiro II, que derrotó a las tropas cordobesas en Simancas, lo que le permitió tomar la fortaleza de Magerit, hoy Madrid, y repoblar el sur del Duero.
Fue a la muerte de este rey, en el año novecientos cincuenta y uno, cuando el tenaz conde castellano Fernán González se convirtió en el hondo componedor del reino de León. Apoyando a una u otra facción en las cainitas luchas dinásticas, el conde halconero logró que se reconociera hereditario el condado de Castilla.
Por entonces las principales preocupaciones de los monarcas leoneses fueron hacer frente a las campañas de Almanzor, a las nuevas invasiones normandas, al delirio de las reyertas dinásticas por la corona y al poder cada vez más señalado del condado castellano, hasta que Fernando, conde de Castilla e hijo de Sancho III de Navarra se casó con una infanta leonesa hermana del rey Bermudo III de León.
El altivo leonés le reclamó a su cuñado la soberanía sobre unos valles castellanos. Fernando se negó a entregársela y al fracasar las negociaciones llegaron a las armas en Támara, donde Bermudo III fue muerto a mano airada. Fernando aprovechó el fallecimiento de su cuñado y alegando que el reino leonés le correspondía a él por legítima herencia de su esposa, se hizo coronar rey de León, haciéndose llamar desde entonces Fernando I de Castilla y de León. Era el año mil treinta y siete y esta fue la primera y porfiada unión de los dos reinos.