OPINIóN
Actualizado 27/12/2019
Mercedes Sánchez

Las uvas se unen sumando deseos, sueños, buenaventura, esperanza. Se juntan prometiendo ese futuro redondo que albergamos ante un nuevo calendario. Se arraciman para ser seleccionadas: las de mejor aspecto, las más tersas, las más turgentes, las que más contienen en su seno la sabiduría de la tierra que les da su fortaleza para crecer, desde semillas seleccionadas. Suelo de buena calidad que hará germinar esos puntitos esparcidos que contienen tanta información, que dirán si van a ser uvas para vino, uvas para mesa, o uvas para suerte, que guardarán una pequeña nota en su diminuto corazón de simiente en el que con preciosa letra caligráfica reflejarán su ADN aclarando su función.

Uvas para Nochevieja, rezará en esas cadenas retorcidas que son como un ordenador en el que se guarda todo. Y, aunque nadie lo escriba, podría leerse también que cada una de ellas será para un mes, cada una para un deseo o varios, que se cobijarán, resguardaditos mientras maduran, hasta que nos aseguremos bien de que son justo esos los que pedimos.

La tierra, a través de su piel de verde dorado, nos preguntará: "¿Seguro que quieres más de esto o de lo otro?", "¿Seguro que no tienes de aquí o de allí?". Nos inquirirá, algo inoportunamente, hasta asegurarse de que formulamos en nuestra cabeza justo aquello que realmente necesitamos: Un suelo en el que aposentarnos, un tejado para cobijarnos, el calor de las llamas del amor, una voz amiga, un trabajo para realizarnos y desarrollar nuestras capacidades, un país para crecer, ideas que alimenten nuestro espíritu, valores que den sustento a nuestras almas, aire limpio para inhalar oxígeno a pleno pulmón, lugares donde jueguen los niños, proyectos que se cumplan, cometidos de vida, caminos, horizontes que explorar y en los que encontrarnos, objetivos comunes que a todos nos engloban.

Las uvas necesitan crecer, enredar sus zarcillos, abrazarse a una guía, beber sol y agua y paciencia, ir asomándose al mundo en compañía, sin ser azotadas por la sequedad ni el viento, ir zigzagueando por un enrejado. Esperarán allí, con su calma envasada, a que llegue el día.

Desde sus tallos, iniciarán su vuelo entre dedos curtidos. Aquí, allí, amontonados, se asentarán los racimos. Desfilarán para realizar su viaje hasta esa estación? una ducha suave, un tejido que acaricia, una cabeza que cuenta hasta doce, una mano que deposita, un plato donde brillar su futuro, una mesa engalanada, el bullicio, la emoción?

Las miras con ojos expectantes. Esos pocos minutos en los que solo existe un reloj. Y piensas: ¿Cuáles son realmente mis deseos? ¿Cuál mi necesidad? ¿Qué es lo prioritario? ¿Y el mundo? ¿Qué necesita el mundo?

Los cuartos te sorprenden cabizbaja, y empieza a latir el corazón. Cuentas mirando las caras de al lado, de enfrente, de alrededor? Y a la voz de ya, se mezclan lo necesario y los anhelos, se amontonan en la mente los deseos de cada mes, se arraciman en la boca los nombres de tus seres queridos, la aspiración de este y de aquel, lo que necesita el mundo, masticando las uvas de resolver, las de los ideales y ensueños, las de la necesidad, las de lo mío y las de lo común.

Y mientras se hacen agua, mientras se funden con nosotros, van colocándose en los enrejados del calendario, en este o en aquel mes? Así se tejen los sueños, así se bordan los deseos. Así se moldea la suerte. Ya solo queda brindar. ¡Y los besos!

¡¡FELIZ AÑO NUEVO!!

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