Hace no muchos días, al atardecer, ya de noche, en un viaje a Madrid, estaba tomando algo con mi esposa, en un bar popular de un barrio cercano a la estación de Chamartín, antes de tomar el tren de regreso a casa. Había dos hombres en la barra, dos o tres personas sentadas en una mesa y nosotros en otra.
Entró una niña de unos diez u once años, con una pandereta de plástico de una tonalidad clara. Y se puso a cantar, acompañada por ella, el villancico de "Campana sobre campana / y, sobre campana, una, / Asómate a la ventana, / verás al Niño en la cuna?".
Lo hacía de un modo desentonado y con una indudable tristeza en el rostro. Dejó de cantar, sin haber terminado el villancico y, con la misma pandereta, a la que le diera la vuelta, para que le sirviera de plato limosnero, comenzó a pedir. Nadie le dio nada. Nadie le hizo ni caso.
Miré hacia la puerta del bar y percibí que alguna persona adulta, acaso su madre (era una mujer), la había impulsado a mendigar de esa forma, sirviéndose de las fechas navideñas. Al comprobar tal cosa, enseguida el corazón me dio un vuelco.
Y, sin habérmelo propuesto, me trasladé al futuro de esa niña. Y me surgió un pensamiento. ¿Y si dentro de escasos años, sin necesidad en absoluto de cumplir mayoría de edad alguna, esa niña era lanzada, por la desgracia en que vive, no ya a mendigar, sino a prostituirse, por ejemplo, ante la indiferencia de todos, como acababa de ocurrir al pedir limosna?
Y la tristeza se me fue haciendo más grande, a medida que transcurrían los segundos, una vez que la niña había salido de aquel bar, sin que nadie le hiciera caso ni se diera por aludido, en busca del siguiente, a ver si recaudaba unos céntimos.
Era día de diario. ¿A qué escuela habría asistido aquel día esa niña? ¿Tuvo la fortuna de cenar, o se iría a la cama (¿a qué cama?) en ayunas? Me hice otras preguntas más. Y sentí que, acaso, cuando celebramos la Navidad, lo hacemos con no poca inautenticidad e hipocresía.
Y enseguida, para mis adentros, comencé a tararear un romance antiguo, de tema navideño, sobre la infancia de Cristo, que tenía no poco que ver lo que le estaba ocurriendo a aquella niña:
"?Madre, a la puerta hay un niño ? más hermoso que el sol bello, / tiene frío el pobrecito ? porque viene medio en cueros. / ?Anda y dile que entre, ? se calentará, / porque en esta tierra ? ya no hay caridad / y nunca la ha habido ? ni jamás la habrá?"
Cuánto nos gustaría ?tendría que ser una exigencia por parte de todos? que nuestros gobiernos de todo tipo (nacionales, comunitarios, provinciales, locales) realizaran políticas sociales de atención a nuestros niños y adolescentes, de los cuales acaso cerca de un tercio viva bajo el umbral de la pobreza.
Para que la niña que vimos mendigando entone el villancico de la dignidad y sea rescatada por todos hacia el territorio de esa dignidad humana que todos merecemos, que todos los niños y niñas merecen.