OPINIóN
Actualizado 16/12/2019
Francisco López Celador

Para que la maniobra emprendida por Pedro Sánchez para firmar un nuevo contrato de alquiler de La Moncloa quede disfrazada como objetiva, razonable y correcta, lleva más de un mes entrevistándose con aquellos partidos políticos que pueden proporcionarle los votos necesarios para ser investido. Todos los que viven de opinar sobre la política aseguran que no todo el pescado está vendido, que aún quedan hilos sueltos para alcanzar la mayoría suficiente. No hagan caso.

Si el interlocutor que promueve esas negociaciones tuviera muy claro lo que es una democracia seria, sabríamos de antemano el resultado de esas reuniones. De entrada, podríamos saber con qué partidos nunca habría intentado establecer acuerdos, dadas las aspiraciones que se desprenden de sus programas. Pero, claro está, estaríamos hablando de otro país. Tenemos la desgracia de tener como aspirante a un personaje de filiación dudosa. Hilando un poco más fino, se podría asegurar que ya no es tan dudosa. Multitud de militantes con más peso específico que el suyo están avergonzados del sesgo que ha dado el PSOE desde que fue designado secretario general. Nuestra mala suerte es tan recalcitrante que de nada han valido los constantes fracasos experimentados en aquellos países de nuestro entorno que en su día ensayaron fórmulas milagrosas, mezcla de socialismo y populismo. Pasó en Grecia y lo acaban de certificar en el Reino Unido. Los experimentos, sólo con gaseosa. Para evitar malas interpretaciones, quiero dejar bien claro que aún quedan políticos que triunfan con un socialismo moderno y eficaz. Bien cerca tenemos el ejemplo portugués que está dando lecciones a más de un prestidigitador. En lugar de usar el Falcon para prescindibles viajes secretos, podría haber reducido el trayecto hasta Lisboa para asistir a alguna clase práctica.

Decididamente, aquí, las cosas no son así. Jurando por sus muertos que nunca gobernaría apoyado por partidos que pasan de la Constitución, o por otros que quieren acabar con ella y con el actual régimen, se arrastra ante ellos mendigando un sí a cambio de lo inconfesable. Este humilde comentario podría titularse también "Licencia para mentir" porque Pedro Sánchez no ha hecho otra cosa desde que comenzó a ser conocido en los círculos de la política. Conscientes de que, para alcanzar sus metas, nunca dirá una verdad, hay que estar preparados para comprobar hasta dónde ha sido capaz de traicionar a España para alimentar su desmedido ego. Nadie dude que nos venderá y se quedará tan tranquilo.

En su prolongada etapa de presidente en funciones -¿qué funciones?- ya ha dado suficientes pruebas de saltarse las más elementales formas que establece nuestra Constitución para un periodo como el actual. Ningunea al Jefe del Estado, incumple los trámites establecidos y, como último invento, cita a consultas a los presidentes de las Autonomías para enmascarar las exigencias que le ha planteado el dictador Torra. No se parará en barras y será capaz de poner en bandeja a los que quieren demoler nuestra Constitución lo que tanto tiempo han estado buscando. Para nuestra desgracia, no tendremos que esperar mucho tiempo hasta ver cómo reacciona nuestra economía en cuanto asomen la patita los lobos que están a la espera. Esperemos que el experimento valga para que, al menos, algunos se caigan del caballo.

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