OPINIóN
Actualizado 06/12/2019
Redacción

El odio, la hostilidad y la ira, pueden ser emociones útiles y, a veces, inevitables. Por ejemplo, cuando alguien está siendo víctima de agresiones, vejaciones o injusticias graves. Incluso en estos casos, suele ser recomendable que no perdamos el control emocional y vayamos dando paso a la indignación, que es una emoción más relacionada con la justicia y la defensa inteligente de los propios derechos.

El odio lo define la Real Academia española como "antipatía y aversión hacia algo o hacia alguien cuyo mal se desea"

El odio adquirió una forma extremadamente grave en la República, especialmente a partir de 1934, durante la guerra del 36-39 y en la posguerra, durante la dictadura de Franco (hacía rojos y masones, se nos adoctrinaba). Se llegó a tal irracionalidad que unos y otros (ya se´ que a unos y otros les parecerá mal que no matice las diferencias, que fueron indudables), especialmente entre los extremos del arco político, que la única esperanza era derrotar y eliminar a los opuestos. El centro y los liberales se quedaron sin patria. La situación llegó a ser tan irracional que dos hermanos, maravillosos poetas y personas, los Machados, sirvieron y legitimaron, cada uno a un bando. Otros hermanos se mataron entre sí, en el frente.

La transición a la llamada democracia fue el reconocimiento de que lo inteligente era reconocer las discrepancias y arbitrarlas. Seguro que las cosas no se hicieron a gusto de todos y que sería posible mejorar nuestra democracia, una forma de gobierno que siempre es "un mal menor". Pero uno sueña, la verdad, con los políticos de la transición.

¿Por qué escribo esta página? Porque, como tantos españoles, asisto perplejo a la polarización, irracionalidad y odio a la que nos están llevando nuevamente "dos nuevos bandos" políticos (pero no solo, como usted sabe), por un lado, y los "nacionalismos" (tan llenos de irracionalidad e insolidaridad) por otro.

Todos tenemos alguna responsabilidad, pero los políticos (unos más que otros, desde luego) fomentan descaradamente la polarización y la irracionalidad al servicio de sus propios fines en términos de poder y votos. Manipulan a los electores y han hecho de la mentira su forma de vida. Y son muchos los militantes del odio a los que son de otro partido, viendo la paja en el ojo ajeno, cuando ellos tienen una viga en el suyo.

Los redes sociales (que podrían ser tan útiles), bajo el anonimato o la distancia, se han convertido también en un instrumento de la irracionalidad y odio entre pueblos, partidos y personas. La prensa, salvo excepciones muy meritorias, es propaganda, en lugar de información, sirviendo los intereses de su empresa o de los partidos políticos.

Y son muchos los ciudadanos españoles que odian a determinadas personas o grupos sociales. Aficionados del futbol que son capaces de gritar a un jugador del otro equipo: "muérete" o eres un "mono". Vecinos que odian a otro vecino ¡Ni siquiera hay paz en numerosas comunidades de vecinos, asociaciones profesionales o científicas!

El odio a los extranjeros y emigrantes está también presente entre nosotros. Es una vuelta a la tribu, en un mundo abierto.

¿A quién odiamos? ¿Somos mediadores en los conflictos? ¿Sabemos ponernos en el punto de vista de los demás? ¿Aceptamos las discrepancias como una riqueza política, sabiendo que el otro no debe ser un enemigo?

Si seguimos así, acabará doliéndonos España a todos.

La indignación es una emoción social necesaria. Al servicio de la justicia, es una herramienta fundamental. El odio y la polarización irracional son, en términos sociales, siempre un grave error, porque busca anular al otro. No hace falta odiar, insultar, agredir, deformar y hacer caricatura de lo que piensa el otro, para decir lo que se piensa y defender los propios derechos.

Félix López Sánchez

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