Hace unos meses que vengo sospechando que la sociedad está totalmente deteriorada. Y me asusta. Vivimos en una sociedad enferma que carece de todos los valores más elementales. No vemos al que tenemos a nuestro lado y sufre. No empatizamos con el dolor porque estamos totalmente obsesionados en gustar y en aparentar una vida que no es verdad. Consumimos sin medida con la idea falsa e interiorizada de que la felicidad depende de la adquisición de determinados productos.
El consumo, en sí mismo, no tiene connotación negativa si ese consumo no llega a ser patológico. Ahí entra el concepto de 'consumismo', definido por la Real Academia Española como "la tendencia inmoderada a adquirir, gastar o consumir bienes, no siempre necesarios." Aprecio en mi entorno esa sensación de comprar para mejorar la autoestima, para ser deseado y admirado en un determinado entorno social en el que el cariño y la admiración es efímera y poco real si los cimientos se basan en eso.
Como prueba, solo hay que ver como perdemos la cabeza en el Black Friday como ocurrió hace unos días. Estamos llenos de complejos para celebrar las tradiciones de nuestro país y nos avergonzamos de ellas, pero celebramos con fervor ese día para llenar las calles y consumir por consumir en la mayoría de las ocasiones.
Estamos educando a las próximas generaciones con la idea de que la felicidad es variable depende de si se compra más, les inculcamos la necesidad de que se empapen de esos mensajes publicitarios basados en la importancia de la apariencia física que busca una sociedad eternamente joven, y en la que todos debemos ser guapos, delgados y perfectos, y llegamos a interiorizar que ser envidiado es positivo y eso nos produce una gran satisfacción. A ese consumismo basado en gustar se suma la revolución de las redes sociales lo que nos hace vivir con esa necesidad imperiosa de aparentar, de ver y saber para comparar.
Nos hemos acostumbrado a las vidas perfectas, y la perfección no existe. Diciembre me recordó hace justo un año que la vida es un regalo, pero es imperfecta; que en la vida se sufre; que no todo es tan idílico como vemos detrás de una pantalla. Diciembre me dio una lección de vida cuando descubrí como se llora desde un hospital, cuando conocí a personas a las que el destino les azota sin piedad, cuando vi a gente que realmente sufre. Desde entonces, mi ambición se centra en el aprendizaje que voy sacando durante el camino, y eso me ha llevado a rechazar la apariencia y a valorar más que nunca la verdad. De las personas me gusta lo que está debajo de la ropa. Me gusta su alma, y eso no se compra.