OPINIóN
Actualizado 16/11/2019
Ángel González Quesada

"En este camino, que por voluntad propia hemos elegido, es importante contar con el acompañamiento de verdaderos amigos en el mundo."
MIGUEL DÍAZ CANEL, presidente de la República de Cuba.

Un par de frases, protocolarias, simples y sin sustancia, leídas en voz alta por Felipe de Borbón en su reciente viaje a Cuba, han bastado a las huestes periodísticas españolas de las esencias patrias (y de la monarquía impuesta), para volver a la vergonzosa pleitesía que acostumbran hacia el jefe del estado, ensalzándolo como adalid de la democracia y los derechos humanos solo porque, cual escolar de primaria, ha leído en voz alta que la democracia es la mejor herramienta para defender los derechos humanos.

Aunque dichas frases han sido pronunciadas ante las autoridades de un país que lucha a brazo partido contra bloqueos, infundios y aislamientos pagados por el capitalismo más salvaje, y que el régimen comunista de la isla caribeña no se distingue por su respeto a los derechos humanos, la supuesta valentía que según la prensa tuvo el mandatario español para leer semejantes obviedades, no es tal, sino que corresponden a la lectura perfectamente pensada de un constructo de los intereses políticos y económicos de la diplomacia española, que sigue utilizando su supuesta ascendencia (patriarcal y de antiguo señorío) sobre la sociedad cubana, para hacer lucrativos negocios.

La celebración de los 500 años de la fundación de la ciudad de La Habana y, sobre todo, el apoyo contra los bloqueos estadounidenses a los empresarios españoles que explotan negocios en la isla, y no ningún curso de democracia, han sido los motivos de la visita de Felipe de Borbón y su séquito a la patria de Martí. Y ha sido la sociedad cubana, una de las colectividades peor tratadas por el neoliberalismo económico que defienden las llamadas democracias occidentales (y los voceros que las representan), la que ha mostrado y muestra al mundo un impecable nivel de dignidad, lucha y solidaridad, que ha recibido cortésmente al representante de un país, España, que debe aún a los pueblos de América Latina una gran disculpa no solo por los excesos criminales de la mal llamada Conquista, sino por los siglos posteriores de sometimiento, sojuzgamiento, racismo, rapiña, robo, clasismo y empobrecimiento a que sometieron a los pueblos originarios de esa orilla del Atlántico hasta sus relativamente recientes independencias conseguidas todas por la fuerza (Cuba, también).

Que sea un miembro de la monarquía, la institución hasta en términos lingüísticos menos democrática que existe, quien pretenda dar "lecciones" de democracia a un pueblo como el cubano, no deja de ser una paradoja cruel, y las informaciones periodísticas que lo describen revelan el nivel de acrítica aceptación a que ha llegado la reflexión política en España y la indigencia profesional del periodismo que la propicia. Solo de palabras vacías, de discursos altisonantes sin ningún contenido y de hipocresía a mares se nutre la palabrería seudodiplomática de "democracia" que pregonan estos mercaderes ante los pueblos oprimidos (¿dónde está el representante español que apoye a los pobres a los que roban y matan hoy en Chile?; ¿dónde el que condene el reciente golpe de estado contra el pueblo de Bolivia?; ¿dónde la defensa de los derechos humanos que enjugue las lágrimas de los hambrientos de Guatemala, los miserables de El Salvador, los esclavizados de la República Dominicana, los espaldas mojadas mexicanos, las campesinas viudas de Oaxaca o los olvidados estancieros de San Luis?...). A todos ellos, hace ahora como quinientos años, en nombre de un rey se les robó su tierra, su identidad, sus dioses y su modo de vida. Hoy, algunos creen que pueden seguir haciéndolo.

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