Las hojas caen en los paseos de los parques como si fueran a ver pasar un desfile de luz y de colores. Huele a tierra húmeda y voy vestido de la luz lluviosa de la mañana. Siento el abrazo del agua en el paisaje gris y oscuro del día que nace silencioso y sobre mi cara, la tenue caricia del viento. Me ladra un perro que viene hacia mí y oigo los gritos de los niños y el rugir de los coches sobre la calle inmensa, como un desfile lleno de cuerpos que se hunden en el oleaje del asfalto mojado; niños que corren, parejas que se abrazan, ciclistas veloces, ancianos lentos y la sombra de los árboles que comienzan a dejar sus hojas a merced del viento. En el parque un escalofrío, como si una raíz hubiera crecido dentro de mí. Con el agua, los recuerdos del verano que muere. Otra vez las largas tardes de soledad y silencio en la ciudad de siempre, mientras cada rayo de luz que la traspasa.
Sin darme cuenta, sin quererlo, tengo el otoño en mi mirada.
La memoria conoce los claroscuros de la vida
los cielos en los que el otoño es una fábula
y sus espejos metáfora de los sueños,
en ellos somos cautivos de las raíces del tiempo,
atrapados a las paredes de los húmedos relojes
y lejos, muy lejos del asombro y la inocencia.
El otoño es resonancia de la voz del viento?
y la vida es frágil como las hojas muertas
que de pronto se ponen amarillas.
Cambia el color del parque, el sol se tiñe de olvido
el calor cede su territorio de pasión, el viento sopla,
y va y viene por la ciudad y esparce los sueños,
las nubes flotan en formas caprichosas
y se mueven de un lugar a otro arremolinando sueños,
se tiñen de gris... y luego se deshacen en lluvia
en el silencio de otoño, en las miradas?
La memoria crece y el tiempo es una fábula, metáfora
que se hace vida en los claroscuros del día y la ciudad.
Vivimos ya en la estación de las horas lentas:
y en el jardín de las rosas la llamamos otoño
son horas de pedirle sueños al silencio
de aspirar el aroma de cielos encendidos.
De escuchar el silencio del mundo.