Esto de DID que me sirve de título, y que acabo de crear, es una "sigla", palabra que designa a esa otra palabra artificial formada por las iniciales de un sintagma, por ejemplo ONU (Organización Naciones Unidas); y ese nombre de sigla viene del latino sigla, 'signos de abreviatura', un sustantivo neutro empleado solamente en plural, procedente, por síncopa, de singula que a su vez nace de la expresión singulae litterae, con lo que todo se explica y muy bien. El camino de las palabras es un precioso sendero lleno de curvas, cruces y nacimientos. Es el mejor senderismo que conozco?
Y todo esto, que podía ser más, viene a cuento del título, DID, Día de la Iglesia Diocesana que se celebra mañana domingo. Es una jornada más doméstica y familiar que de propaganda callejera; con ella cada miembro de esta diócesis se identifica, toma conciencia más expresa de quién y qué es y de dónde está y asume su puesto, único e intransferible, en el corro diocesano de cientos de miles de personas tomadas de la mano de la fe y bailando al mismo ritmo y con la letra más o menos igual. Y digo más o menos porque, como en todo romance popular y compartido con profusión, hay siempre algunas variantes que lo agrandan y embellecen.
Es la diócesis una realidad interminable, desde el último bautizo de dos mellizos en Las Arribes hasta un grupo de jóvenes que piden su Confirmación en Peñaranda, pasando por alguna lágrima ante el Cristo de Hornillos o el grupo, quizás el último allí por ahora, que medita en silencio en la soledad de Valdejimena; sin olvidar la esperanza con la que muere ese anciano de 106 años en la Gudina o la primera Ave María que dice de un tirón una niña de cinco años en una casa cualquiera del Barrio Garrido. Sin olvidar al obispo don Carlos que va y viene de parroquia en parroquia, de comunidad en comunidad (por cierto, ¿cuánto miles de kms al año?, me gustaría saberlo) o el cura que anda trashumante con la manta sacramental al hombro de un pueblo a otro hasta casi la docena intentando que no se le crucen los cables ni la carretera y se equivoque de lugar o de hora, mientras rezan Laudes las Agustinas de Vitigudino y prepara su catequesis cualquier catequista entre los cientos que cada semana lo hacen en la diócesis. No sin razón decía yo en una conferencia hace dos días que "la diócesis es hoy lo más querido de la tierra para mí".
Ay Dios, qué hondura y anchura, qué altura y qué profundidad ofrece la diócesis, ni una vida larga bastaría para conocerla en directo. Ah y sin olvidar a estos dos chicos (es un decir, porque ya son grandes en edad, estudios y en corpulencia), Ciríaco y Alfonso, que comenzaron hace una semana su camino explícito hacia el sacerdocio. Enhorabuena a los dos?
Esta nuestra diócesis de Salamanca, con la cátedra o silla del obispo en la Catedral, en la Sede, en la Seo y más nombres que tiene ese detalle del pastor que preside y habla, (se podría argüir, no sin alguna débil razón, que tener dos catedrales, hecho absolutamente insólito, parece cosa ilegal y de un desdoblamiento sospechoso, pero ahí está el doblete por avatares de nuestros antepasados cristianos), decía yo que ésta diócesis nuestra viene de siglos, su primer obispo con nombre y apellido documentados se llamaba Eleuterio (año 590) y aparece en la lista de obispos presentes y firmantes en el importante Tercer Concilio de Toledo y ya hay noticias de ella en alusiones y tradiciones anteriores hasta el primer obispo con nombre, San Pío, por el año 80, que ya es decir.
He conocido cuatro obispos; don Francisco Barbado Viejo, dominico y al estilo de antes del Concilio, don Mauro Rubio, de aire abierto y espíritu conciliar; don Braulio, cercano y buen comunicador y ahora don Carlos, sencillo y bien equipado, ganando en distancias cortas. A cada uno de ellos, desde muy diferentes coincidencias o divergencias en cada caso, les he profesado especial respeto y total adhesión personal y sacerdotal, aunque a veces haya estado algo lejos de sus posiciones y criterios pastorales y sociales.
Por mil razones más que no caben en estas setecientas setenta palabras me felicito por tener una familia diocesana, por tener ésta que tengo e invito a todos los católicos que la forman a construirla cada día, a quererla de corazón y a sacarla a la calle todos los días, laborables y festivos y sin días de vacación. Amén.