OPINIóN
Actualizado 07/11/2019
Valentín Martín

La casa del cura era la mejor del pueblo. Tenía dos plantas y numerosas habitaciones. Digo yo que para qué quería tantas si sólo usaban un dormitorio el ama y él, según decía la gente. Era un cura bueno porque enterraba a los suicidas en tierra santa, dentro del cementerio, cosa que estaba prohibida por la Santa Madre Iglesia. El Señor nos da la vida y el Señor nos la quita cuando quiere, esa es la doctrina. Todavía no sé por qué el Señor les quitó la vida a mis dos hermanos grandes, a los 14 años un muchacho no debería morir, pienso yo.

Pero abundaban los suicidas que se saltaban las reglas, las mismas que el cura ignoraba al dar tierra a los cadáveres que con sus ahorcamientos difamaban a las familias, como los hijos de soltera. Porque también estaban mal visto los hijos de soltera, que ni siquiera podían ser seminaristas. Había muchas familias con mala reputación, las dictaduras son así.

Hay un instante en mi vida que ahora, tocando ya a su fin, se levanta como un hijo predilecto. Aquel en que cuando el cura estaba diciendo una misa mayor y cantada, los monaguillos reservas decíamos nuestra propia misa en la sacristía. Oficiaba de cura El Mudo, cuyo padre vendía bacalao. Tenía que vestirse de misa de difuntos, de negro como La Lirio, porque de blanco y dorado ya se vestía el cura de verdad. Que oficiase El Mudo tenía muchas ventajas. Primero porque se sabía muy bien el oficio, era más grande que nosotros, pero como era mudo el cura no le despedía y le renovaba el contrato espiritual todos los años. Y luego, porque al no poder hacer ruido, pese al vino de misa que trasegaba sin control, los suyo era una melopea silenciosa.

El cura salía por el pueblo a jugar a las cartas con sus amigos de la aristocracia en una saloncito de una taberna discreta. También, en el buen tiempo, salía después de cenar porque como era muy sabio siempre decía que la comida reposada y la cena paseada. Pero salía sobre todo para dejarse ver, y recordar a todas las familias a las que había prestado dinero a un interés descomunal que de este mundo no se va ni dios sin pagar lo que le debían.

Cuando veíamos al cura en la calle, los niños corríamos a besarle la mano. Era un deber de respeto y feudalismo que hacíamos por obligación. No sé si luego en casa el cura se lavaba las manos, probablemente sí para quitarse las babas niñas de todos nosotros. Lo mismo hizo en Nueva York el ex ministro del PP Jaume Matas cuando le saludó el secretario general de la ONU Kofi Annan, que como todo el mundo recuerda, era negro. Matas, en cuanto tuvo ocasión, buscó unos servicios donde lavase la mano que le había dado al negro Annan.

Lo mismito que con el cura, pasaba con el maestro de escuela. Entonces los maestros de escuela solían casarse con la más rica del pueblo y así ella tenía Don y él dinero. El mismo Gabriel y Galán practicó esta costumbre en cuanto bajó de Salamanca a Extremadura. Yo fui maestro de escuela un año, pero no tuve suerte. O no había ricas en el pueblo o yo era demasiado feo, qué le vamos a hacer. Ay, qué desencuentros tiene la vida.

Cuando los niños estábamos jugando, si atisbábamos al maestro de escuela, salíamos corriendo a decirle: "Buenas tardes, don Fulano". Y si no lo hacías, porque se te iba la especie o no lo veías, al día siguiente te castigaba en clase. Esa servidumbre de saludar con pleitesía ha durado hasta no hace tanto. Que una noche de estas, una joven vecina en la charladuría del fresco aún recordaba el castigo que sufrieron ella y sus amigas por no ir corriendo al maestro de escuela y decirle: "Buenas tardes, don Fulano". De nada sirvió el alegar ellas que no lo habían visto, un maestro de escuela no pueda pasar inadvertido, que para eso ha estudiado.

Al hilo de todo esto, yo creo que hay tres profesiones a las que no se puede acudir como una salida laboral: la eclesiástica, la sanidad, y la docencia.

La eclesiástica está en desuso y sobre la sanidad y la docencia voy a decir algo muy antipopular. Pero mi yugular está acostumbrada ya a tantos arpones que le pasa como a El Mudo con el vino de misa.

Es verdad que hay muchos recortes por parte de todos los gobiernos. Es verdad que entre todos los políticos, desde Maravall para acá, han hecho planes de estudios sobre planes de estudios que cada uno y todos juntos son un horror. Es verdad que de tanto desmochar asignaturas y esfuerzos, hay ahora mismo generaciones de famélicos. Y a mí me llena de perplejidad oír no hace mucho a un profesor de Historia que para qué le hicieron estudiar latín en el bachillerato si no le sirve para nada. Quizás el que está de más en la profesión es él y muchos como él.

Porque hablemos claro: aparte de las malas condiciones en que trabajan, parte de la clase médica y parte de la clase docente es francamente mala. Lo de la clase médica no tiene importancia, sólo te puede costar la vida. Lo de la clase docente, es mucho más importante.

Todavía no se han enterado muchos docentes de que el besamanos de antes se ha traducido ahora en una expansión de sí mismos, de sus conductas, más allá de las horas de clase y fuera de las aulas. Porque existe internet y las redes sociales. Y ahí tienen acceso los alumnos que oyen en clase unas cosas y luego comprueban que fuera de horario y a la hora de manifestarse algunos docentes ponen patas arriba su predicamento al alinearse con manifestaciones que harían protestar al El Mudo. Para un docente nunca se acaba la clase si tiene su vida a la exposición del Facebook. Y los alumnos pueden pasar de la raíz cuadrada, pero tienden a copiar el modelo del docente. Hasta que pierden del todo la fe.

Cuando un docente se convierte en funcionario, puede sufrir un estímulo o un acomodo, según cada cual. Y hay docentes con una ejemplaridad nada dudosa mientras están en horario de clase. Los hay también que no. Pero unos y otros deberían saber que más allá de las aulas sus alumnos no practican el besamanos de antes, sino un seguimiento del profesor como persona a la que le está prohibido dar un testimonio contrario a lo que proclaman en clase. Menuda faena les hicieron Mark Zuckerberg, Andrew McCollum, Eduardo Saverin, Dustin Moskovitz, Chris Hughes.

Yo fui docente dos años, seguramente no un buen docente aunque por intentarlo que no quedase. La primera vez que vi sentados frente a mí a aquellos muchachos, me acordé del primer verso y me dije: me han dejado estos hijos como hijos. Y luego hice lo que pude, incluso abandonar y darme al vicio de escribir.

Beso su mano, señor cura. Buenas tardes tenga usted don Fulano o doña Fulana (según toque).

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