OPINIóN
Actualizado 03/11/2019
José Luis Puerto

Estos días, cuando el otoño cuaja y los árboles se vuelven luminosos y se engalanan con los colores claros y encendidos de sus hojas, cuando la luz desciende, en busca del solsticio del invierno?; estos días, volvemos todos hacia los lugares en que nuestros familiares fallecidos se hallan enterrados, para rendirles ese tributo del afecto, de la memoria cordial, del recuerdo de todo lo que han sido para nosotros, de todo lo que con ellos hemos vivido y compartido.

Los cementerios se convierten en verdaderos altares, sobre los que depositamos ?cada cual sobre las tumbas de los suyos? esas rosas, esas macetas estrelladas con flores de uno u otro color, esos crisantemos que habitan, para perpetuarse, en la canción de Joan Manuel Serrat?, en definitiva, depositamos, cada vez que el inicio de noviembre asoma en los calendarios, nuestra memoria, nuestro recuerdo, nuestros afectos, nuestra vinculación con nuestros seres próximos.

Somos seres de la memoria y de los afectos. Hemos de expresarlos de continuo, para constituirnos como tales, para cumplir nuestro destino, para expresar aquello por lo que hemos venido al mundo.

Tal paradigma lo encontramos ya desde la prehistoria. En tierras salmantinas, sobre todo en el ámbito del oeste de la provincia, son muy hermosos y sobrecogedores los dólmenes, diseminados por toda nuestra tierra. Constituyen, con su belleza y su misterio, verdaderos monumentos funerarios, verdaderos túmulos de la memoria.

¿No se arbitrarán medidas para que nuestra población los conozca y los valore? Eso sí, siempre con el respeto debido y tomando medidas para preservarlos, para que no haya hacia ellos gestos de barbarie, como, en algún caso, ha habido con alguno del área de Salvatierra de Tormes.

Estos días, nuestros cementerios se vuelven luminosos, se engalanan con las señales de la memoria, a través de las flores que ofrecemos a los nuestros. Porque los seres humanos necesitamos vínculos con los demás, porque los afectos nos constituyen y son el mejor antídoto para desterrar todo lo malo, todo lo oscuro.

Y, en estos días también, se manifiesta también esa expresión de la religiosidad popular, que caracteriza nuestra cultura campesina, así como otras tradiciones que, desgraciadamente, han ido desapareciendo, como la de tocar o encordar las campanas a lo largo de la noche entre los días de Todos los Santos y de los Difuntos.

Días de la memoria. Días de los afectos. Frente a las soledades que tantas gentes sufren hoy en las grandes urbes, estas vinculaciones con los nuestros, particularmente con nuestros antepasados, dan verdadera noticia de lo que somos y de lo que nos constituye.

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