Las movilizaciones y los disturbios en Chile, que acaecen pocos días después a lo acontecido en Ecuador, y a los que se van a agregar los de Bolivia, ponen en el candelero a América Latina. Surge una pulsión explicativa que, lógicamente, busca una mirada comparada, aunque siempre haya alguno que quiera verse el ombligo y que considera que su caso no solo es único, sino que es el en verdad trascendente por su insólita relevancia. Los artículos desde diferentes enfoques y con calidades y extensión disímiles se suceden. Todos opinamos. Se puede agrandar la muestra e incorporar el fenómeno de los chalecos amarillos en Francia o del procés catalán, incluso el caso de Hong Kong o alguno radicado en el Medio Oriente. De Haití se habla menos, como siempre. Es difícil, a la vez de estéril, apuntar algo que no repita o que no sea un mero resumen de lo escrito.
Se produce un ruido mediático que puede confundir más que aclarar. Cada especialista lleva las ascuas a su sardina disciplinaria o ideológica. Explicar lo acontecido desde la ciencia política, la sociología, la economía y la cultura ofrece hipótesis que no siempre se complementan; revelarlo desde la ideología plantea dos extremos, que en puridad no son incompatibles, en clave de conspiración urdida en Caracas o de confrontación inevitable entre las elites egoístas y prepotentes y el pueblo marginado y desesperanzado. Las causas propiamente dichas que se sitúan en el origen, además, son distintas como lo son la naturaleza de las sociedades donde se produce el alboroto. Aquellas apuntan al FMI, a gobiernos insensibles, a electores/ciudadanos frustrados; esta trasluce escenarios con niveles de riqueza muy diferentes a los del entorno aparejados con desigualdades lacerantes, sociedades separadas por lo étnico o lo lingüístico, grupos de excluidos con expectativas defraudadas.
De entre todo lo que he leído estos días y teniendo en cuenta lo que conozco echo de menos tres cuestiones a considerar, sobre las que volveré pronto, como son la búsqueda de reconocimiento, la gestión de la confianza y el ordenamiento de las identidades que asolan al yo contemporáneo. Ellas convergen en la arena política que hoy es una antigualla pues está prácticamente incapacitada para ejercer su tarea. Así, el ámbito donde se dirime el conflicto, que es inherente a la humanidad, está configurado por instituciones de otra época desfasadas para lidiar con un demos que ha dejado de ser el que era. Y es aquí donde se dan cita los tres referidos problemas que, además, quedan afectados por las nuevas TICS. La gestación en un plazo de tiempo tan breve del nuevo orden mundial virtual en el que nos movemos una gran mayoría y en el que viven TODOS los menores de 25 años trae consigo el vacío de la representación con su correlato en el descrédito de la intermediación, el falso sentido de empoderamiento y el señuelo de que todo es posible. El resultado inequívoco es el asalto no del cielo sino de la calle.