OPINIóN
Actualizado 26/10/2019
Ángel González Quesada

Es de suponer que la mejor intención y un auténtico ánimo solidario anima a cada participante de los que el pasado domingo, quizás el anterior y tal vez el próximo, batieron y batirán records numéricos llenando calles en las variadas, coloridas, festivas y fraternas marchas y/o carreras solidarias que contra el cáncer, discapacidades varias, enfermedades raras o no tanto y otras patologías, situaciones y carencias sanitarias, vienen convocándose por entidades de todo tipo a fin de recaudar fondos que, a través de esta curiosa forma de exhibición pública de la solidaridad, contribuyan a financiar investigaciones y apoyar actuaciones para la solución a los problemas de los afectados por la enfermedad que sea referencia de cada domingo.

Al mismo tiempo, en muchas ciudades españolas, decenas de organizaciones de científicos, doctorandos, estudiantes, becarios e investigadores de todo nivel, movilizaban a sus miembros que, arriesgando sus puestos de trabajo, sus emolumentos y hasta en cierto modo su proyecto de vida en huelgas y manifestaciones de protesta contra la precaria situación de la investigación en España, exigían un aumento significativo de los escasos presupuestos públicos para investigación, desarrollo e innovación científica, reivindicando además el cumplimiento de las promesas de gasto y gestión de personal, que por la inoperancia política, el desinterés institucional, la negligencia burocrática o la pura ignorancia, dejan de aplicarse y sumen el panorama de la investigación científica (en cáncer, discapacidades varias, enfermedades raras y otras patologías, situaciones y carencias sanitarias), en un pozo aún más profundo en la atávica insuficiencia científica, que sigue alejando a la investigación española de los niveles internacionales necesarios para su eficiente desarrollo.

El Manifiesto por la Ciencia del 19 de octubre de 2019, apoyado por una cincuentena de organizaciones científicas y leído en sus manifestaciones de la pasada semana (con mucha menor cobertura informativa que las coloridas -y admirables, hay que repetir- marchas de globos y camisetas), presenta y refleja un panorama desolador de la investigación científica en España, retrocediendo cada año lastrado por la inoperancia política y una desatención económica, social y administrativa que no acaba de librarse de aquel "que inventen ellos" que ha sumido durante décadas el desarrollo científico español (salvando contadas excepciones) en la medianía.

El fácil recurso de dejar en manos de la solidaridad y la buena intención de la ciudadanía la labor de concienciación sobre problemas cuya solución debería enfrentar el poder público con medidas concretas y actuaciones efectivas, hace que la satisfacción individual por la participación en marchas solidarias (cuyas contribuciones a la causa son tan respetables como insignificantes), colme el nivel de compromiso de muchos. Como sucedía en aquellos televisivos maratones solidarios de recaudación telefónica después de una catástrofe natural, o como pasa en los días de la banderita, en los festivales benéficos o en la exultante fraternidad masiva de una carrera solidaria, los logros obtenidos para revertir las carencias que se lamentan, son mínimos. La fiesta popular reivindicativa, la venta de quincalla, la jornada de integración, el teatrillo solidario o el bocata compasivo, por mucho que conforten al colegial, ayuden a los padres de familia a concienciar a sus vástagos, abracen a los familiares de los afectados o justifiquen el nombre de las concejalías de participación ciudadana, no podrán nunca reemplazar ni sustituir políticas permanentes de apoyo, acción y atención presupuestaria, que son los objetivos de esas otras movilizaciones y huelgas de científicos y trabajadores de la ciencia con que a veces se cruzan los globos sin siquiera mirarse.

La honesta conciencia solidaria que se sustancia en acciones benéficas o limosneras, puntual o permanentemente, implica tanta bondad como ineficiencia. La labor de ciertas ONG,s y entidades que agrupan afectados o interesados en la solución de carencias sanitarias o de investigación competencia de los poderes públicos, o la pulsión humanitaria que hace a un individuo participar en una acción colectiva solidaria sobre un tema concreto, se fortalecerían orientadas en paralelo y coordinadas con las acciones reivindicativas de los actores directos de ese mismo tema, es decir, los investigadores, lo que aportaría conocimiento, datos y experiencias para lograr, en vez de brindis al sol, pura coherencia.

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