OPINIóN
Actualizado 21/10/2019
María Jesús Sánchez Oliva

Todos los días y en todos los medios nos recuerdan el número de fallecidos al año por accidentes de tráfico, contaminación y distintas enfermedades, y nos recitan todo un rosario de consejos para librarnos de formar parte de las negras cifras y poder llegar al final de la vida con muchos años y pletóricos de salud. Pero todos los veranos aumenta el número de fallecidos por ahogamiento en espacios acuáticos y la cifra pasa poco menos que desapercibida.

Este verano 337 personas han muerto ahogadas, 64 más que en el año pasado. La cifra es para tomarla en serio.

Es cierto que ha aumentado el número de piscinas, tanto públicas como privadas, que son más los que acceden a las playas, ya no solo en periodos de vacaciones, también en puentes y hasta en fines de semana, también son más los deportes que se practican dentro del agua, pero no es menos cierto que hoy la mayoría de bañistas saben nadar desde niños, las piscinas disponen de socorristas bien preparados y las playas están bien señalizadas, por lo que el número de usuarios no justifica el número de víctimas. Lo que sí parece que tenga que ver es la poca atención que se presta a las señales de peligro . Es frecuente ver bañistas cuando la bandera roja dice que es peligroso bañarse y a los socorristas insistiendo para que salgan del agua. Seguramente muchas de estas muertes obedezcan a las imprudencias que de forma inconsciente se cometen.

De ser así y para evitar que la cifra siga en aumento las autoridades sanitarias deberían preocuparse ya de poner en marcha campañas que recuerden los peligros de no respetar las señales de peligro, salvo que para ellas sea más importante evitar gastos que evitar muertes, que tal como andan las cosas todo puede esperarse, porque los fallecimientos por ahogamiento son más baratos para el sistema público de salud que los fallecimientos por accidentes de tráfico, contaminación y otras enfermedades.

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