Para cualquier ciudadano que se declare español, que crea en la democracia y sea partidario de nuestra Constitución, lo que está sucediendo en Cataluña tiene que preocuparle en extremo. Como consecuencia de la particular atención que han mostrado los sucesivos gobiernos centrales a las constantes reclamaciones de nuestros insaciables nacionalistas, accediendo a sus caprichos a cambio de su puntual apoyo pero olvidándose de dejar meridianamente claro lo que se puede conceder por ese toma y daca, hemos llegado ya a la gota que rebosa el vaso de lo soportable.
Las escenas que noche tras noche están acabando con la ciudad de Barcelona y con el prestigio de España -basta contemplar los noticiarios extranjeros-, son el resultado de un plan muy bien coordinado para que nunca concluya de forma pacífica. El mantra de los dirigentes independentistas catalanes, repitiendo una y otra vez que ellos son enemigos de la violencia, tiene la misma validez que sostenía la teoría de los terroristas etarras cuando justificaban sus "acciones" como respuesta al terrorismo de Estado. Una definición válida del terrorismo sería: forma violenta de lucha política, mediante la cual se persigue la destrucción del orden establecido o la creación de un clima de terror e inseguridad susceptible de intimidar a los adversarios o a la población en general.
Cuando los manifestantes de la CUP, CDR, ANC u Ómnium agreden a mujeres que exhiben la bandera nacional, asaltan edificios públicos, atacan a los CFSE, destrozan el mobiliario urbano, incendian vehículos particulares o arrasan establecimientos privados, saben muy bien lo que hacen y, desde luego, llevan la contraria al Torra que dice que el independentista catalán es enemigo de la violencia y hacen caso al Torra que también dice ¡Apreteu! Todo el que quiere imponer sus ideas por medio del terror se convierte en terrorista.
Por desgracia, la experiencia de los tristes acontecimientos con ocasión del procés iniciado en 2017 de nada ha valido. Todos los dirigentes independentistas catalanes, empezando por Torra, hace meses que, a cara descubierta, vienen repitiendo su decisión de desobedecer los requerimientos que llegan desde el Gobierno central o desde el poder legislativo y, a la vez, negándose a cumplir cualquier compromiso que se oponga a la meta que se han marcado: la independencia de Cataluña. Lo que la Generalidad entiende como diálogo con el Gobierno es que éste admita la legalidad de una declaración de independencia unilateral. Lo demás no es diálogo, es atropello de Madrid al sufrido pueblo catalán. El verdadero pueblo sufrido catalán, ese colectivo mayoritario que sigue declarándose catalán y español, ese no es tenido en cuenta ni por la Generalidad ni por un Pedro Sánchez que proclama su disposición a dialogar con los independentistas, siempre dentro de la ley y, a la vez, gobierna en varias instituciones apoyado en esos mismos independentistas que no están dispuestos a aceptar esa legalidad. Es muy triste que nuestro presidente en funciones, sólo funcione para no perder votos y no lo haga para solucionar problemas. No es el presidente de todos los españoles, ni siquiera de todos los verdaderos socialistas, lo es de los que buscan una bufanda.
Da verdadera rabia contemplar la impotencia de los CFSE ante algaradas que se sabe cómo van a terminar y no se pueden abortar porque las órdenes recibidas contemplan una actuación que no cause daño a los terroristas. El presidente en funciones, y el ministro del interior en otras funciones, comunicado tras comunicado se jactan de emplear respuestas moderadas y proporcionadas. Si de verdad fueran proporcionadas a la violencia empleada por los salvajes, los altercados no habrían sido de tanta gravedad, de tanta duración y de tan costosas consecuencias. El Sr. Marlasca, por mucho interés que ponga, podrá afirmar que la situación actual en Barcelona denota cualquier aspecto menos el de normalidad. La moderación empleada al principio por los distintos cuerpos de seguridad dio pie a los alborotadores para pensar que el riesgo era mínimo y, siguiendo la consigna de Torra, comenzaron a apretar. Todo esto se ha visto fuera de España y los radicales de ultraizquierda, profesionales del caos, han acudido a Cataluña, como los buitres a la carnaza, desde sus retiros de invierno. Con la llegada de estos refuerzos, los vándalos nativos se han unido a la batalla y los dirigentes catalanes han encontrado la ocasión para hacer responsables de la barbarie únicamente a los vándalos foráneos. Menos mal, porque lo de su no violencia ya había quedado en entredicho
En cualquier caso, la deriva que ha tomado esta situación exige una respuesta más adecuada. Las fuerzas del orden que están interviniendo en estos barbaries son claramente insuficientes. Es cierto que la coordinación ha sido mejor que en 2017, y que los mossos que aparecen en los reportajes cumplen con su obligación -algo que ya está escociendo a sus mandos- pero también lo es que no todos los mossos tienen la misma implicación que Policía Nacional y Guardia Civil. De hecho, en los primeros días de duros enfrentamientos apenas hubo detenciones. Cuando la gravedad no puede disimularse, han aumentado esas detenciones. Ahora bien, a la vista de lo que se cuece en las cárceles catalanas, los detenidos no deberían estar demasiado preocupados. Eso tan cacareado de que caerá sobre ellos el peso de la ley ya no cuela.
La firmeza que proclama Pedro Sánchez comienza por no autorizar los actos cuyo final ya se prevé, y continúa actuando sobre los alborotadores antes de que ellos tomen la iniciativa. En una palabra, dejando que los dirigentes de esas fuerzas, que tienen más experiencia que los políticos, adopten las medidas precisas de cada momento, no las que menos disgusten a terceros. Cualquier país de nuestro entorno que hubiera padecido este levantamiento popular para apoyar a unos golpistas lo habría solucionado en menos tiempo y no se habría preocupado por las críticas sobre los procedimientos empleados, que siempre serían más efectivos que los nuestros. Continuar con esta política es olvidarse de gobernar y lesionar gravemente el prestigio de España. Mucho me temo que el horizonte de las elecciones generales no deje ver a Pedro Sánchez la luz de la realidad.