Finalmente, tras cerca de dos años de incertidumbre sobre cuál sería la sentencia de los líderes catalanistas encausados por el denominado 'procès', por fin el Tribunal Supremo ha dictado sentencia, decretando para casi todos los procesados un delito de sedición, con sendas sentencias que oscilan entre los nueve y los doce años de cárcel, trece en el caso de Oriol Junqueras, que se lleva el premio gordo en cuanto a pena en este proceso.
La reacción desde el nacionalismo catalán no se hizo esperar, retomándose el discurso de que han sido condenados por una justicia vengativa, y sin mencionar, como era esperable, el hecho de que dichos líderes decidieron seguir adelante con un proceso en el que se estaba violando lo establecido tanto por la Constitución española como por el Estatut de Cataluña, hecho que motivó dicha sentencia por sedición. Dura lex, sed lex.
Y es que, parece olvidarse el hecho de que se está violando incluso la propia norma estatutaria catalana, ya que para su reforma se requieren dos tercios del parlamento catalán, una mayoría que no poseen ni el bloque independentista ni el bloque constitucionalista en Cataluña, cuyo número de votos en las últimas elecciones autonómicas evidenció un territorio prácticamente partido a la mitad entre los que desean y los que rechazan su independencia.
En todo caso, al final, las protestas derivadas del malestar de parte de la sociedad catalana por la sentencia han degenerado en disturbios violentos que han acabado tomando las calles de Barcelona noche sí, noche también, desde que se dictara la mencionada sentencia judicial, con unos CDR exaltados que han decidido hacer barricadas en el centro de la capital catalana, usando como combustible mobiliario urbano, especialmente contenedores, que tendrán que ser repuestos con el esfuerzo económico de todos los barceloneses.
Personalmente, me apena sobremanera cómo han degenerado las cosas en este asunto, cómo desde un extremo y otro no se han lanzado más que mensajes de pirómanos en estos años, cómo se ha roto con la protesta pacífica para desembocar en violencia, cómo en definitiva se está haciendo sangrar en sus entrañas a Cataluña, una tierra que, quizá por aquello de ser la tierra de acogida para miles de salmantinos, la sentimos cercana pese a su lejanía geográfica al otro extremo de España.
Y quizá lo peor de todo, es que no se le ve posible solución a un conflicto político que cada vez se antoja más difícil de solucionar. Un conflicto con una sociedad cada vez más polarizada hacia sus extremos, con los ánimos cada vez más exacerbados, y donde la mayoría de los dirigentes políticos parecen querer echar más leña al fuego de cara a buscar un puñado de simpatizantes o de votos.
Y es que, hace tiempo que se perdió el norte en todo lo que circunda a la cuestión catalana y, ciertamente, va a ser muy difícil encontrar una salida de consenso que calme los ánimos tanto del nacionalismo catalán como del español, ya que nadie quiere apearse del burro sin ceder ni un palmo de sus máximas aspiraciones. Difícil camino por recorrer cuando quienes deberían solucionar el problema están llenando el camino de minas.