Un agrónomo llegó a una comunidad y preguntó a don Laureano, el más viejo del lugar:
"¿Usted cree que este campo me dará buen algodón?".
"¿Algodón, dijo? No. Este campo no puede dar algodón. Nunca he visto que dé algodón".
"Entonces, ¿podrá dar maiz, papas??"
"No, no creo que este campo le dé nada de eso"
"Bueno, de todas formas voy a sembrar algodón a ver que da"
"Hombre, claro, si se siembra?, si se siembra es otra cosa.". (J.L Martín Descalzo)
"Claro, si se siembra?, si se siembra es otra cosa". Si se siembra se recoge.
Dios nos da la semilla, pero somos nosotros los que tenemos que sembrarla. El se encargará de hacerla crecer, con nuestra ayuda, claro está. No hay crecimiento sin Dios; pero tampoco hay fruto si la persona no colabora con Dios. Todo o casi todo lo hace el Señor; pero es el ser humano el que tiene que colaborar con El, o por lo menos, dejarle que Él haga su obra. "No estorbarle", diría San Juan de la Cruz.
A cada cristiano, a cualquier edad, le llama Jesús a trabajar; "Vaya también a mi viña" (Mt 20.3). Cada bautizado tiene que comprometerse a anunciar el Evangelio. "Vayan por todo el mundo y proclamen la buena Nueva a toda la creación" (Mc 16.15).Este anuncio es mejor hacerlo de dos en dos, unos apoyados en la fe de los otros; pero conviene no olvidar que el Señor está y estará siempre presente. "Sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28.20).
Jesús es la vid y nosotros los sarmientos (Jn 15.5). Nada pueden hacer los sarmientos si no están unidos a la vid; pero la vid tampoco puede dar fruto sin los sarmientos. Él necesita nuestras manos para seguir bendiciendo, curando, acariciando. Él pide que le prestemos los pies para seguir caminando.