OPINIóN
Actualizado 18/10/2019
Manuel Rodríguez Fraile

Estamos inmersos en una semana de múltiples y varias conmemoraciones. Día Mundial de la mujer rural (martes), Día mundial de la Alimentación y del Jefe (miércoles, porque los jefes también tienen su día), Día internacional para la Erradicación de la Pobreza (jueves) y la terminamos el domingo con el Día mundial de la Osteoporosis, la estadística, el Chef y el controlador aéreo.

Hay que admitir que con esta multitud de celebraciones, más de 160 a lo largo del año, celebraciones que van que van desde las Legumbres (10 de febrero) a la Televisión (21 de noviembre) y de la Felicidad (20 de marzo) a las Montañas (11 de diciembre), el objetivo de Naciones Unidas de sensibilizar, concienciar, llamar la atención sobre un problema o una situación, queda un tanto descafeinado.

Sea como fuere, esta semana coinciden dos días importantes a los que, en mi opinión, merece la pena prestar atención, el Día Mundial de la Alimentación y el Internacional para la Erradicación de la Pobreza, y merecen atención porque están íntimamente relacionados.

Según los datos de la Organizacioón de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) hay en el mundo 672 millones de adultos y 124 millones de menoresque son obesos y 40 millones de niños menores de 5 años que tienen sobrepeso, si se dan cuenta es casi la misma cantidad de las personas que pasan hambre, 821 millones en 2017. Reducir estos números supone, en el primer caso educar en una alimentación sana y equilibrada, en el segundo corregir las injusticias social que causan el hambre a millones de personas.

En un reciente artículo de Marco Gordillo publicado por El País su autor afirma que si queremos revertir estas situaciones debemos afrontar simultáneamente al menos tres conjuntos de problemas complejos e interdependientes. Democratizar el acceso a los alimentos ya que producimos más, pero muchas personas no pueden disponer de lo producido por los vaivenes de precios y la especulación de los mercados. En segundo lugar, la emergencia medioambiental cuyo impacto en los ecosistemas es devastador: deforestación, destrucción de la biodiversidad, contaminación de ríos y tierras por abonos químicos y pesticidas, efecto invernadero, etc. Y por último, equilibrar las dietas alimenticias, porque hoy consumimos una gran cantidad de productos cárnicos, lácteos e industrializados con exceso de lípidos, azúcares o hipersalados. Simultáneamente hemos disminuido nuestro consumo de cereales, legumbres, frutas y verduras.

Si los que disponemos de recursos nos alimentamos mal y los que no disponen de ellos no pueden alimentarse, claramente algo está fallando. Y es aquí donde podemos observar la fuerte y directa vinculación entre alimentación, medioambiente y pobreza.

En todo el mundo, más de 800 millones de personas aún viven con menos de 1,25 dólares al día (poco más de 1?) y muchos carecen de acceso a alimentos, agua potable y saneamiento adecuados, según datos del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD)[2]. Lo que aproximadamente coincide con los datos de la FAO.

Como ya he repetido en muchas de mis colaboraciones anteriores no se trata de hacer caridad mal entendida, se trata de aspirar a la existencia de una justicia para TODOS, porque TODOS tenemos derecho a ella y la demandamos para nosotros mismos.

Cuando hablamos de justicia social, estamos hablamos de igualdad de oportunidades para hombres y mujeres, para colectivos LGTBI, para enfermos de sida o tuberculosis, para las pequeñas y medianas empresas, para ancianos y discapacitados, etc.; pero también de igualdad de oportunidades en el reparto de la producción, la riqueza y los recursos disponibles. Porque es todo esto lo que posibilita crear sociedades equitativas y democráticas, y sólo así es posible la paz. Si repasan los graves conflictos que hoy se dan a lo largo y ancho de todo nuestro mundo, caerán en la cuenta que todos ellos tiene un nexo que los une: la violación de derechos fundamentales de unos u otros colectivos por la falta de justicia social.

Unos de los sueños de los que Martin Luther King habló en su conocido discurso era que: Tarde o temprano, todos los pueblos del mundo tendrán que descubrir una manera de vivir juntos en paz? Y hacerlo solo será posible si la justicia social llega a todos los rincones de nuestro planeta, incluso a Cataluña. Lo sé, es una utopía, pero quiero recordarles que son las utopías las que nos hacen seguir caminando. Y es que lo siguo creyendo como lo hacía Gabriel García Marquez que todavía no es demasiado tarde para construir una utopía que nos permita compartir la tierra.

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