Resulta curioso comprobar cómo la Guardia Civil, desde el momento mismo de su creación, ya sufrió los primeros embates del mal llamado progresismo. Los graves disturbios que, terminada la Primera Guerra Carlista, ocuparon buena parte de nuestro territorio trajeron consigo un verdadero problema de seguridad pública, para cuya solución ya no era suficiente la intervención del Ejército y la llamada Milicia Nacional. El 28 de marzo de 1944, el gobierno de turno ordenó la creación del Cuerpo de Guardias Civiles, con una dotación aproximada de 15.000 hombres y una finalidad tan imprecisa que, un mes después de su creación, debió ser reorganizada, ya bajo la batuta del II Duque de Ahumada, Francisco Javier Girón. Con la fundación de la Guardia Civil de buscaba un dique eficaz al resurgimiento de las distintas guerrillas que saboteaban el establecimiento de un régimen unitario. Las primeras medidas del Duque de Ahumada fueron la creación de un mando único, menor dependencia de las autoridades civiles y una mejor dotación de medios y salarios. Aún tendría que sufrir nuevos desdenes cuando los constantes cambios de gobierno pretendían favorecer a la Milicia Nacional en detrimento de la Guardia Civil.
Sólo la eficacia alcanzada en labores policiales, la lealtad con el Poder Ejecutivo y, sobre todo, la escrupulosa independencia ante la distinta línea política de liberales o conservadores hizo aparecer a la Guardia Civil como una fuerza leal, justa, honrada y sacrificada, al servicio siempre de la forma de Estado de cada momento, ya fuera Monarquía o República.
Casi dos siglos después, la Guardia Civil sigue siendo un instituto armado, de carácter militar, con doble dependencia -ministerios de Defensa e Interior-, que desarrolla funciones de orden público y de seguridad ciudadana. Nuestra querida Benemérita, junto con el Cuerpo de Policía Nacional, forma parte de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado (CFSE).
Para aclarar malentendidos y evitar descalificaciones fuera de lugar, yo invitaría a quien no lo conozca la lectura de los artículos 11 y 12 de la L.O. 2/1986, de Fuerzas y Cuerpos de Seguridad. Fuera de lo estrictamente reflejado en esos artículos, la actuación de la Guardia Civil, desde siempre, lleva aparejado un espíritu humanitario que ha quedado unido a su historial. Comenzando por las labores de seguridad en el ámbito rural -espacio en el que ha constituido el único elemento capaz de contrarrestar todo ataque a la ley- y siguiendo con su intervención en todas las catástrofes que han azotado a la sociedad española, la Guardia Civil siempre estuvo al lado de quien necesitaba ayuda. Y siempre lo hizo hasta sus últimas consecuencias, entregando su sangre noble, hasta hacer realidad los que expresa su himno: por ti cultivan la tierra, la Patria goza de calma.
Pues bien, contra esa Guardia fiel de España entera se vuelven siempre los que quieren romper la baraja, los que reniegan de su eficacia y los que piensan que lo suyo pueda salir gratis. Lo hemos visto en el País Vasco y lo estamos comprobando en Cataluña. No se tolera a una institución policial que, apoyada en el ordenamiento jurídico y con absoluta imparcialidad, goza de un extraordinario prestigio reconocido dentro y fuera de nuestras fronteras.
Las últimas demostraciones de este rechazo acabamos de vivirlas en Alsasua y Barcelona. En la localidad navarra, el estallido de odio vino de un grupo de ciudadanos que la emprendió a golpes contra dos guardias civiles que, con sus parejas, disfrutaban de su descanso en un bar. Su actitud dejó claro su odio y su cobardía. En Cataluña no se ha llegado -todavía- a la agresión física, pero tampoco se disimula su empeño en expulsarla del territorio.
Con motivo de los actos organizados para celebrar su Patrona, el General Jefe del Instituto en Cataluña, pronunció un discurso impecable en su forma y en su contenido. No dijo nada que no fuera cierto. Simplemente aclaró cuál había sido la misión recibida y cuál el resultado de su cumplimiento. Es curioso que se sintieran ofendidas las personas que guardaban en su interior el convencimiento de no haber obrado dentro de la legalidad, y cuya maniobra había sido puesta de manifiesto por la Guardia Civil.
Lo más triste ha venido a continuación. La representación gubernativa en Cataluña se ha apresurado a desagraviar a quienes tuvieron la mala educación de abandonar un acto oficial al que habían sido invitados, en lugar de hacerlo con el verdaderamente agraviado. Si a esto unimos el poco tiempo que ha tardado el Ministro del Interior en adoptar la misma postura, deberemos concluir afirmando que ambas conductas nos dan pie para felicitar, una vez más, a la Guardia Civil porque ha hecho lo que todos los españoles de bien esperamos de ella ¡Buen servicio y feliz Patrona!