OPINIóN
Actualizado 14/10/2019
Antonio Matilla

Toda la vida predicando el Evangelio y ahora no sé por dónde empezar este artículo. Claro que en este momento no pretendo predicar, sino expresar algunas ideas que me rondan por la cabeza, así que recurriré a "la casa del Ser", como llamaba Heidegger al Lenguaje, como indicando que las palabras están cargadas del significado que han ido adquiriendo con el paso de los siglos y la experiencia de los hablantes y, de alguna manera, nos superan. Es decir, que yo, por ejemplo, como ciudadano, como cristiano y como cura católico, tengo derecho a usar la palabra "evangelio", pero no puedo considerarme en modo alguno su dueño. Así que mi reflexión tendrá que ser necesariamente humilde y limitada. Y, en mi caso, voluntariamente sometida a la mejor opinión de los que han vivido a tope el Evangelio, o sea los santos, y de los que han tenido la máxima responsabilidad en su interpretación, los teólogos y el Magisterio de la Iglesia, ejercido en clave ecuménica, pues "la Palabra de Dios no está encadenada", como ya reconoció San Pablo en 2ª Timoteo 2, 9 hace mogollón de siglos.

En el caso español, los "notarios" de la Casa del Ser, del lenguaje, son los académicos de la Lengua reunidos en sesión plenaria para aprobar la Edición del Tricentenario del Diccionario de la RAE, actualizada en 2018; allí dice que "evangelio" viene del latín tardío evangelium y este del griego "euangélion", propiamente buena nueva. Todo eso, sin entrar todavía propiamente en las definiciones de la palabra. Da la sensación de que los académicos no quieren atreverse a definir evangelio, pero dejan caer dos aspectos importantes: que el evangelio es bueno para quien se enfrenta a él porque si no ya no es evangelio y que el evangelio es nuevo y hace "nuevos" a los que se relacionan con él, o sea que su vida puede cambiar profundamente, de forma que, si su vida no cambia, no se hace nueva, tampoco hay evangelio o este no tiene efecto. ¡Pues menos mal que los académicos todavía no habían entrado en la definición!

Las definiciones de evangelio que recoge el Diccionario de la RAE, como no podría ser de otro modo, son más bien descriptivas (vida, doctrina y milagros de Jesucristo; cada uno de los cuatro libros que las contienen; y, en plan popular de andar por casa, "verdad indiscutible"). La única definición que intenta penetrar un poco en el meollo espiritual de la cosa es la cuarta: "convertirse al evangelio". Pero, claro, tampoco entra a fondo, ni es su cometido hacerlo.

Acerca de cómo se entiende y se vive el Evangelio hoy en día, los sociólogos podrían decir muchas cosas, pues no en vano vivimos en una sociedad libre basada en la opinión, de modo que la interiorización del Evangelio de Jesucristo y su vivencia comunitaria no pueden ser más que posmodernas, pues posmoderna es nuestra época y posmodernos somos todos, aunque deberíamos esforzarnos en no serlo, pues es lo más probable que, como ha ocurrido casi siempre, después de una época relativista como es la nuestra venga de modo natural, como un pendulazo, la reafirmación de las verdades eternas.

Pero, a lo que vamos: los sociólogos podrían investigar qué pasa en las comunidades cristianas posmodernas para que estas se enquisten y se encierren en sí mismas y no admitan en su seno nada más que a "los suyos", acentuando la miopía colectiva, la endogamia y el enmohecimiento espiritual. Y así, podemos encontrarnos con comunidades que antaño fueron rompedoras, creativas, punta de lanza, pero que dejan automáticamente de serlo cuando repiten y repiten formas de pensar, sentir y actuar creyendo que "siempre se ha hecho así". Esto de siempre se ha hecho así da mucha risa, pues tengo experiencia de que ese "siempre" se limitaba a tres años, pero es muy posmoderno intentar crear realidad apoyándose solo en mi deseo. Católico significa "universal", pero es muy común observar, en comunidades tradicionales o progresistas, da igual, que cuando hay un grupo constituido no dejan entrar a nadie en él ni nadie nuevo quiere entrar, pues sabe que el "nicho" está ocupado. Otro fenómeno que podrían estudiar es la pervivencia del clericalismo, algo verdaderamente paradójico pues los clérigos somos cada vez menos y, por tanto, aunque quisiéramos, no tendríamos la "masa crítica" necesaria para seguir mandando; es curioso observar cómo el clericalismo sobrevive en muchos laicos.

Y mientras tanto, la gran obra de consolidación estructural de la iglesia más antigua y céntrica de la ciudad, San Martín, sigue sin empezar?Iba a empezar en septiembre, después en octubre?Iremos viendo.

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