Érase una joven uruguaya que deseaba integrarse al Movimiento de Liberación Tupamaro. Serían casi los setenta. Se lo dijo a su padre. Su padre le contesto: "hija no hagas eso, nos moriremos de pena, te pueden matar, torturar, encarcelar. Ya sabes lo que ha pasado con tu primo".
Ella renunció. Sin embargo, se hizo una promesa que ha cumplido desde entonces. Rezaría, cada día, por tres tupamaros. Los eligió al azar. Eligió tres fotografías. De las que salían en los periódicos. Tres subversivos que habían sido capturados o por capturar. Dos de ellos murieron. Uno en un enfrentamiento armado, el otro en prisión, el tercero sobrevivió.
Ese tercero estuvo preso durante trece años y salió indemne del penal militar. Los uruguayos, con su voto, a él y sus compañeros les abrieron las puertas enrejadas. Los militares perdieron ese referéndum. Años después, alguno de ellos llegaría a ser Presidente de la República, otros ministros, diputados, científicos de renombre o simples ciudadanos.
Ella siguió rezando, cada día, por el que sobrevivió. Rezando, primero, para que no se quebrase, soportara la soledad de una celda. Más tarde, para que se reintegrase a la vida común y corriente, superara los recuerdos traumáticos, encontrara una mujer, formara una familia, se abriera paso profesionalmente?
Un día, viajó desde el Uruguay a Europa. Había conseguido su dirección y quería conocerlo. Ese tercero quedó con ella en la terraza de un bar. Y él supo, por su boca, de toda esa historia.
Se han vuelto a ver en varias ocasiones. Los dos ya cargados de años. El tercero siempre queda atónito percibiendo la mirada clara de esa mujer. Perseverante, honrada, luminosa.
Se han visto hace unos días y saben que será la "penúltima". Los dos acordaron, que, a lo largo de sus respectivas vidas, habían luchado a "brazo partido".
Los dos piensan lo mismo. Comparten intuiciones y sentimientos. Saben que la vida tiene un punto de fuga. Un punto de fuga inasible e innombrable. Ese tercero se siente inmensamente afortunado por haberla llegado a conocer.