OPINIóN
Actualizado 08/10/2019
Francisco Delgado

Los días que me levanto conectado al pesimismo, (que cada vez son más en este "verotoño" seco o inundado) solamente puedo cambiar cuando oigo cantar en el patio un Diamante chino, que canta de sol a sol. Su infatigable y maravilloso canto es la única lección viva y unívoca que recibo últimamente, para vivir mejor.

Escuchándolo, termino por comprender a tantos pueblos primitivos que han adorado seres naturales, como el sol, el mar, los volcanes o los escarabajos. Solamente la sobrevalorada razón me hace frenar esta atávica tendencia a adorar a alguien o a algo.

¿De dónde nace mi pesimismo? De los nubarrones que ocultan todo optimismo. El pesimismo, al menos el mío, no proviene de observar y vivenciar tantos graves problemas sin resolver que nos envuelven, sino de la certeza de que no tienen solución. He oído a mucha gente afirmar que a ellos el enfrentarse a los problemas les fortalece, les vitaliza; les entiendo. Muchos por suerte o por desgracia nacemos guerreros o quijotes de por vida. Pero otro asunto muy distinto es enfrentarse a problemas sin solución. Enfrentarse a ellos quizás sea una actitud propia de tontos o de locos.

Cada día nos levantamos con un problema irresoluble más en nuestro entorno: El estado gravemente enfermo de nuestro planeta, la nueva crisis económica ya iniciada (cuando aún no hemos salido de la del 2008), las penosas condiciones de trabajo de millones, sobre todo, de gente joven, el viscoso estancamiento político de nuestro país, los programas de reducción de contaminación del aire de ciudades como Madrid, a base de que circulen cada día más coches, el probable descenso del cociente intelectual de la mayoría de la población (desde que utilizamos internet), el problema catalán, el paro, las pensiones?La lista es tan interminable que solo intentar escribirla nos invade un cansancio descomunal que solo nos deja energía para tumbarnos en el sofá, y beber unas cuantas cervezas que nos atonten o alegren.

O escuchar, sin pensar en nada, el canto continuo del pequeño Diamante, que, sin necesidad de ninguna palabra ni droga, me distancia de la angustia de tantos problemas irresolubles.

Lo bueno es que ese canto puede ser fácilmente sustituido por cualquiera de los múltiples y beneficiosos pasatiempos: echar una partida de cartas, jugar un partido de fútbol, cantar un par de canciones con los amigos, admirar la belleza de la vecina del quinto, recoger unos tomates de la huerta, etc., etc.

Excepto ver televisión, jugar con el iPad, o agredir a otros o a uno mismo, todo vale para recuperar la sencillez de vivir, única solución a los gravísimos problemas que la insensatez humana ha creado y sigue creando.

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